sábado, 6 de enero de 2007

Aprendiendo

Esta tarde escuchaba el testimonio de un guardia civil de las islas Canarias acerca del drama de la inmigración que me hacía pensar. Argüía que pese a que él era un hombre de la ley, que no solo tiene que cumplirla sino además hacerla cumplir, no se olvidaba que quienes venían en esas pateras eran personas, y que por encima de todo estaban esas personas. Que la ley es muy importante, pero las personas lo son mucho más, y puestos a respetar una de ellas, sin duda alguna, afirmaba, primero había que respetar a las personas, y luego, en segundo lugar, a la ley. No son criminales, sólo son personas que buscan algo mejor. Si llegan con hipotermia, y hay que encender una fogata en medio de la playa, se enciende con lo primero que tengamos a mano.

Porque pienso y digo: que importa que la ley de costas prohíba tal acto. ¿Acaso la ley fue hecha para servir a las costas? No, eso sería absurdo, y no es el único ejemplo. En cambio, fue hecha para servicio y comodidad de las personas. ¿Seremos tan intransigibles que en vistas de una necesidad mayor amemos más a la ley que a la persona, contad que ésta se cumpla? Pero si en verdad queremos cumplir con la legalidad, habremos de servir al prójimo y no a nuestra arrogancia.

Luchemos porque no llegue ese día, en que cegados por el artificio religioso prefiramos el sacrificio hueco a la misericordia. Pero si ese día ya está entre nosotros, permita Dios que nuestro entendimiento sea abierto y comprendamos la situación, porque aun entre los llamémonos cristianos bien hemos podido caer en el error. Y dado el caso atendamos a la Palabra que susurra a nuestros oídos: misericordia quiero y no sacrificio. Y entonces, pese a nuestra propia decepción, con gusto la retengamos, la Palabra, contad de volver a saber que es lo que significa, porque no en vano por encima de nuestra decepción está siempre Su perdón.

Un saludo.