jueves, 19 de noviembre de 2009

Érase una vez...

La historia que sigue es un resumen de los primero capítulos de El médico, una novela de Noah Gordon, que si bien no he acabado desde ya os la podría sugerir si es que os gusta la novela histórica. Pero empecemos de una vez, ya que es larga, y como de verdad se cuentan las historias…

Érase una vez Rob J., un niño de apenas 9 años (al menos esa fue mi impresión mientras leía la novela, porque detalles como la edad siempre escapan a mi atención) cuando ya había perdido a su madre, y a su padre, en dicho orden. La madre, quien había fallecido después de habérsele complicado el parto del que debía ser su quinto hermano (otro número de esos que no suelo recordar), y su padre un año o dos después a causa de lo que hoy un doctor hubiera diagnosticado de neumonía, debido a las largas y duras jornadas de trabajo en el río Támesis, reparando los embarcaderos de Londres.

El pequeño Rob sufrió en sus carnes la cruel paradoja de ser pequeño siendo el mayor de digamos… seis hermanos (elemental si dijimos que el último fue su quinto hermano). Y como era costumbre en aquella época a menos que hubiera algún familiar los hijos de un trabajador de un gremio en caso de orfandad eran repartidos entre los miembros del mismo. Pero Rob por ser ya un chico “demasiado grande” no encontró ningún lugar de acogida. Y así pasó algún tiempo, mientras esperaba lo peor… tal vez ser traicioneramente vendido como esclavo.

Un buen día un señor de apariencia corpulenta llamó a la casa donde siempre había vivido, ahora vacía de mobiliario y calor humano. Aquel hombre venía a proponerle una oferta o tal vez, dudó Rob, sólo el ardid de un engaño para venderlo como esclavo. Pero pasado el susto y una vez logró espantar sus temores, accedió a la propuesta del señor Barber, como se hacía llamar. Sería por lo pronto el joven ayudante de un barbero cirujano itinerante.

Cuanto menos lo que le ofrecía aquel hombre era curioso. Pero por su apariencia nadie podía negar que le fuera bien. En su carretón rojo recorría toda Inglaterra ofreciendo sus servicios por allí y por allá. Detenía su lustroso carromato en las plazas y preparaba su escenario procurando levantar la mayor algarabía posible que atrajera a la mayor cantidad de público que hubiera. Y con su peculiar y persuasiva personalidad encandilaba con su retórica, a jóvenes y mayores, hombres y mujeres (sobre todo mujeres), mientras realizaba asombrosos juegos de presdigitación y magia para posteriormente vender la afamada “panacea universal”, que sólo en la intimidad él podía reconocer como “humo”, y tal vez tratar algún traumatismo y poco más.

En un principio el trabajo del joven aprendiz no pasaba de mozo de carga, recolector de leña y nada más. Pero ese no era el único destino que le tenía preparado Barber. Éste veía en su chico a un muchacho muy prometedor. No en vano, había tenido la suerte de tener a una madre que había sido educada en un monasterio y la misma le había enseñado historia y a leer y escribir en latín, lo cual no era muy corriente para un chico de su edad. Sin embargo el mayor desafío al que se enfrentó Rob fue aprender los juegos de presdigitación. Hacer malabares con bolas de colores.

Primero con una bola, dos, tres y hasta cuatro bolas hechas en madera. En realidad fue relativamente fácil hacer juego malabares con hasta cuatro bolas. Pero eso no tenía nada de especial para su mecenas, Barber, quien instigó al joven Rob a sumar una bola más, o de lo contrario, pese al palpable aprecio que le había cogido al muchacho, sintiéndolo mucho, tendría que despedirlo a razón que necesitaba un ayudante habilidoso que llamara la atención de su público, y esa era, a su modo de ver la medida de su ayudante, un joven que lograra bailar en el aire cinco simples bolas.

Acudió el frío invierno y como de costumbre Barber se refugió en su casa solariega en un humilde pueblo de la antigua Britania del rey Canuto (no, no es broma, aquel era su nombre real, y de real es ambivalente evidentemente). El caso era ese, el duro invierno les impedía a ambos ejercer su trabajo itinerante y por tanto ese era el plazo para Rob, el tiempo en que tardara en llegar la primavera, el espacio de tiempo que tenía para aprender a lanzar las cinco bolas, o de lo contrario como le prometió Barber lo dejaría en el puerto más cercano.

Pero pasaban las semanas y al contrario Rob no sólo no lograba hacerse con el truco sino que al contrario se sentía cada vez más torpe. A la postre las señales inequívocas de la proximidad de la primavera se sentían ya en el ambiente y aunque el frío ya no era lo agresivo que había sido días atrás los caminos aún seguían sin estar en condiciones de ser transitados. No obstante Barber y el joven mozo bajo sus órdenes comenzaban a realizar los preparativos para la salida. Aquellos fueron los peores días porque ambos respiraban la tensión del ultimátum y más cuando, después de comprobar el cirujano barbero que el chico había perdido ya toda esperanza, decidió castigarlo duramente para que no cejase en su empeño por bailar las cinco bolas. Estrictamente le golpeaba con una vara en los muslos cada vez que fracasaba, mientras le exhortaba a intentarlo una y otra vez, con el pretexto de que así tendría una razón más para superarse, pues le advertía al chico que el mismo fracaso le había arrebatado la ilusión por alcanzar el premio.

Sin embargo, después de muchos intentos y por tanto muchos golpes Barber dejó descansar al chico, ahora entre sollozos y con los muslos claramente doloridos. Aquella misma noche después de sanarle las heridas causadas por los golpes le anunció que a la mañana siguiente partirían, y como le había prometido lo dejaría en un importante puerto marinero con el fin de que pudiera buscarse la vida.

Amaneció el día siguiente y Barber le ordenó sus últimos servicios, cargar el carromato con los víveres que habían acumulado días atrás. Así Rob se dirigió al almacén y empezó a trasladar los bultos y cuando le tóco el turno a la cesta de manzanas, cogió una, dos, tres, cuatro y cinco, las lanzó al aire pero pronto dos de ellas cayeron al suelo dañándose. Sabía que si Barber se enteraba que estaba estropeando la comida así se lo haría pagar. Aún le dolían los muslos que le hacían recordar su estado de humor. De todas formas lo volvió a intentar y por un segundo allí estaba bailando las cinco bolas. Increíblemente para su sorpresa lo había conseguido pero con la misma emoción, incontrolada, perdió el equilibrio y se le volvieron a caer. Ahora lo volvería a intentar, a sabiendas que lo podía hacer pero cuando hubo lanzado otra vez las cinco manzanas rojas y empezó a bailarlas de abajo a arriba, escuchó la puerta abrirse y perdiendo la concentración se le cayó de nuevo. Entonces girándose vio al enorme Barber con los brazos levantados aproximándose hacia él, en una posición claramente amenazadora, mientras varias manzanas rodaban por el suelo. Rob se encogió y cerró los ojos esperando recibir un castigo por semejante desperdicio. Pero fue entonces cuando oyó gritar Barber: ¡Te he visto, te he visto! ¡Lo has logrado! y seguidamente estrechándolo entre sus brazos lo levantó en el aire. Aquel ultimátum nunca se cumplió y Barber se convirtió para Rob en lo más parecido a un padre, además de su maestro barbero cirujano.

Cuando leía esta historia no pude evitar en ver un comportamiento reflejo en el ser humano, así como Rob con Barber en aquel instante, el del hombre con Dios. Este cuento no sirve para sentar cátedra ni mucho menos, pero tal vez estaréis de acuerdo conmigo que los hombres, tanto varones como mujeres (hoy día hay que aclararlo), sienten fuertes impulsos a justificarse frente a Dios. A menudo es normal sentir un sentimiento de satisfacción, más grande de lo normal, ante las cosas buenas que hacemos, nuestros logros, victorias y demás; y aunque sólo sea en nuestro subconsciente estas cosas las presentamos delante de Dios como ofrendas de paz, es decir, como obras que pretenden ganarse Su favor. Esto, más o menos es fácil de discernir, pues se amolda a nuestra razón, y de hecho prácticamente es la base de todas las doctrinas religiosas humanas… y es más, quien no ha sentido alguna vez ese orgullo tan característico, o le ha oído hablar a alguien acerca de la muerte… y decir con descaro: “yo soy bueno.” Ahora, lo más extraño, y tal vez complicado de entender, es ese sentimiento de justificación frente a las cosas malas, nuestros errores y de más… no hablo del orgullo, pues eso es la ausencia de dicho término; no se justifica quien reniega de sus fallos, ni tampoco quien los defiende, pues si acaso justifica su pecado pero no a sí mismo como pecador. En fin, cuando hablamos del que se justifica frente a la pena, el error, el fracaso, hablamos de la persona que espera recibir el castigo, que se dice a sí mismo: “lo merezco.”

Para Dios ambos sentimiento son aborrecibles. Él ni busca ilustrados juristas que saquen oro de lo que la Biblia llama a nuestras mejoras obras como trapos de inmundicia, ni austeros soñadores que se arrastran por el suelo sin hacer nada salvo esperar las fatales consecuencias de sus actos.

En una ocasión Jesús dirigiéndose a una multitud, en lo que luego se conocería como el sermón del monte, hablando dijo: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?

Usando el texto como pretexto, vemos a Barber, el cual ni siquiera era el padre de Rob, y en cambio sólo desea lo mejor para el joven chico. En ese sentido cuánto más Dios, ¿verdad? A lo largo de la vida Dios usa las circunstancias que nos rodean y las consecuencias de sus percances para disciplinarnos. En definitiva para que abramos los ojos y desentaponemos los oídos, y entendamos la trascendencia de la vida, de los actos que cometemos y pueden afectar a otros, y sobre todo de nuestro destino.

Así mismo el hombre, en lo que concierne a la eternidad, no puede ser dueño de su destino ni por muy entusiasta que sea, ni por muy autocompasivo y triste que sea. Rob pasó en su pequeña experiencia por las dos etapas. Con un pequeño esfuerzo hizo bailar, una, dos, tres y hasta cuatro bolas, pero llegado las cinco y tras sus reiterados fracasos cedió a la autocompasión y la aceptación de la derrota. Se hizo necesaria la intervención de Barber para restaurar el equilibrio de los sentimientos del pequeño Rob.

Paralelamente el hombre vive entusiasmado cuando su religión le exige obras, que aunque no carentes de esfuerzo, sí están a su alcance. Pero cuando descubre en su interior la realidad de que nada de eso le satisface y llena el vacío de su interior; cuando descubre ya sea por la conciencia o por la Escritura que Dios es mucho mayor que eso, y en cambio persiste en sus ofrendas de paz sin la certidumbre de que estás sirvan de algo, al contrario empieza a sentir que el ultimátum se acerca y que no ha alcanzado la medida divina; pasa al extremo contrario… esperar los reveses de la vida sin esperanza y tal vez, si tiene el entendimiento suficiente, incluso la muerte.

En cambio Dios está esperando que clamemos a Él, no que traigamos ofrendas de paz ni le lloremos al vacío. La única ofrenda de paz que mereció la pena en esta vida para Dios fue la que Jesús realizó en la Cruz, y nuestra prueba es que Él resucitó. Como la parábola de Jesús, Él está esperando que le pidamos, ahí nos dice que es un Dios misericordioso.

En el mismo instante que clamamos a Jesús Él viene con los brazos abiertos y no para castigarnos, como por un momento pudo pensar aquel chico de su maestro. Sino para estrecharnos entre sus brazos, sin hacer caso a las “manzanas” que por el camino cayeron y echamos a perder. Porque Jesús ya pagó por ellas, justificándonos a nosotros, que no al pecado, y haciendo nuestro su éxito, así como en la historia, salvando los matices de que aquellos es ni tan siquiera una parábola, sino sólo un cuento.

Y colorin colorado esto en cambio no es un cuento y mucho menos se ha acabado.

jueves, 8 de octubre de 2009

Luz

¿Quién entenderá lo que es bello
cuando ha ofuscado su interior,
y se ha dejado marchitar por la razón?
¿Quién examinará la hermosura
si no atiende más que a su voz?

¿Cómo escribirá verdades
quien conoce sólo su opinión;
y rimará las estrofas
que luego se convertirán en canción,
si no ha bailado con los miedos
que cavilan en su interior?

¿Quién conocerá su propio error
cuando escruta el de su hermano
y se ha dejado extasiar por el dolor?
¿Cómo reconocerá la equivocación
si se centra sólo en su intención?

Quien no atendió a su corazón,
y no ha examinado su visión
es quien tampoco adivinó
que la luz de su interior, no es luz
sino sólo un leve resplandor.

Porque en Ti está la fuente de la vida; en tu luz vemos la luz.Salmo 36:9

Todo en la vida tiene un propósito ligado a una causa, y en tanto se practique su propósito, su origen permanecerá iluminado y fácilmente entendible. Pero en cuanto deja de cumplir su función, la causa, aunque no deja de existir, es cierto que deja de ser iluminada y por tanto se deja de ver. En verdad la causa debería iluminar a la herramienta u objeto, y es así, pero sólo cuando este cumple el propósito para el cual fue creado ocurre esto. Es como la paradoja bíblica en tu luz vemos la luz. Sólo cuando el hombre vive la vida bebiendo de la fuente de la vida, es decir, con el propósito para el cual fue llamado, es que ve la luz, la luz para creer en Dios y para entender la vida de la manera que ha de ser vivida. En cambio si se aleja de Dios deja de ver la luz y por tanto de iluminar, o dicho de otro modo, honrar a Dios, es decir su causa. Aunque nunca dejará de ver un leve resplandor, no en vano, nuestra causa no dejará de existir. Será como el autor de un libro, cuyo intelecto, creatividad o lo que fuera no dejará de existir en pro de sólo un puñado de materia prensada, por mucho que su obra se use para nivelar muebles. El problema será creer que eso es así y que ese resplandor es toda la luz que hay, y lo peor, que proviene de nosotros mismos.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Hay esperanza

Cuando se secan las palabras, y enmudecen las caras;
O cuando los ojos se cansan, y el aliento se apaga;
O cando buscas las fuerzas, pero ya no las hallas.
Y te preguntas si abandonaré mañana.
– ¡No! ¡porque si hay vida, hay esperanza! –

Mientras las lóbregas hojas del otoño se las lleve el viento
y en su lugar aparezca la tierna yerba fresca.
Mientras venzan al crudo y frío invierno los halos dorados
del sol a su alba al rayar; habrá esperanza.

Mi esperanza es un mañana, redimido por la gracia,
no de sonrisas, sino de Divina providencia.
Mi esperanza es el tiempo que descansa en las palabras
no de mis rimas, sino de Sus fieles Promesas.

Mientras lleve el viento olas a tierra que borre unas pisadas
y en algún otro lugar nazcan otras nuevas.
Mientras sobre el mar vuelen gaviotas y las aves en tierra
se vendan por unas monedas; habrá esperanza.

Y aun si olvido estas palabras y tampoco escucho otras,
recoja el eco del proverbio que reza:
“Más vale ser perro vivo que león muerto.”
Porque si hay vida, al menos eso sí:
– ¡Hay esperanza! –

Eclesiastés 9:3-5 "Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto."

domingo, 9 de agosto de 2009

En technicolor

Si la vida se viera en technicolor,
el technicolor no tendría nada de divertido,
pero la creación ostenta la perfección,
para que disfrutemos,
de nuestros sinceros intentos,
y no por ellos vanos,
de imitar la hermosura
que inspira el Creador.

No hay intento infructuoso,
ni tropiezo en que no avances,
tan valioso es el intento que sucumbe a la derrota
como la tentativa que alcanza la victoria,
porque sin el uno
nunca hubiera habido el otro
y porque no hay historia
que comience por el final y nunca mienta...

por eso grito y además exclamo
(para que anide en tu memoria
y hostigues el premio
que inspira a la hermosura):
¡Nunca bajes los brazos,
y esgrime mil sonrisas
que intimiden al hombre
que mine tu moral!


Leyenda: Technicolor - Wikipedia, la enciclopedia libre.
Poiesis, del griego ποιέω que significa "crear" y palabra de la cual deriva "poesía". Cuenta la wikipedia que el término era en principio un verbo sinónimo de transformar y de contínuo cambio. Nada romántico en el sentido al que ahora la ligamos. El caso es que ligada a ésta etiqueta "Poiesis" de aquí en adelante vamos a publicar todo tipo de creación literaria que de otro modo aquí, acostumbrados al ensayo, no tendría lugar.

sábado, 13 de junio de 2009

Departures, el fin de todo hombre

Daigo, con su cuerpo apoyado en el pretil, miraba apesadumbrado desde lo alto del viejo puente la corriente de agua que descendía incansablemente, aunque sin excesiva fuerza; sólo la suficiente a esa altura, donde los pilares del puente aceleraban la corriente, como para presentar un serio obstáculo a los tercos salmones que trepaban aguas para arriba, mientras otros, ya cadáveres, se dejaban arrastrar.

¿Salmones? – Dijo un señor mayor que pasaba y cuya cara le era conocida.
– contestó Daigo, con esa peculiar cortesía japonesa. A lo que el viejo reaccionó acercándose a mirar.
Están juntos a las rocas… por ahí – señaló efusivamente Daigo, como sólo un japonés sabría hacerlo.
¡Vamos, tú puedes, tú puedes! – Le arengaba el viejo.
Es un poco triste ir contra el río sólo para morir – Inquirió con apatía Daigo mientras guardaba sus manos en los bolsillos de su grueso abrigo – ¿Para qué trabajar tan duro si de todas formas morirás?
Estoy seguro de que quieren regresar a su lugar de nacimiento – Sentenció el viejo, dio media vuelta y se marchó sin darle más importancia, dejando a Daigo en su estado taciturno mientras se volvía a mirar a los peces, sólo que ahora como si fuera uno de ellos que ya ha regresado al hogar.

Tres días he tardado en ver esta película. Departures un film japonés ganador en 2008 al Oscar a mejor película de habla no inglesa. No fue el hecho de estar subtitulada, ni sus 131 minutos de metraje, aunque esto ayudó, sino el incomodo compromiso de acostarme antes de las 12 para estudiar para el último examen de la carrera. Iba a un cuarto de película por noche cuando hoy finalmente la acabé de ver tragándome el de mañana. Me lo zampé porque como diría el jefe de Daigo a la pregunta ¿está rico? – Sí lo está… “ñam” …tristemente. Pero es que si vas hacer algo que tiene que a acabar, mejor que esté rico, y éste largometraje, metafóricamente hablando, lo estaba. – ¡Por cierto! Hablando de comida, también llegué a la conclusión de que no hay nada más desagradable que ver a un japonés comer, aunque también es cierto que nunca había visto a nadie disfrutar tanto comiendo y hacer tantas muecas a la vez. Me pregunto – ¿serán todos los japoneses así?

Y es que aunque la película gire en torno a una funeraria, y aparezcan no uno, sino varios cadáveres, lo más desagradable que verás será a un japonés comer – eso te lo aseguro. Bromas aparte, ironías de la historia, como de la vida, será la dualidad vida y muerte, lo que la Biblia llama la casa del banquete y la casa de luto, lo que la convierte en más que una emotiva película.

Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete, porque aquello es el fin de todo hombre, y al que vive lo hará reflexionar en su corazón.” Eclesiastés 7:2

La palabra crisis en japonés (危機 = kiki) oí hace algún tiempo está compuesta por los caracteres 危 = “peligro” y 機 = “oportunidad” y pensé – qué curiosa definición para éste concepto. Tal vez la oportunidad en el peligro esté en evitar el riesgo del daño, y el peligro que hay contenido en la oportunidad esté simplemente en dejarla pasar. Complicado de analizar porque mires por donde lo mires no hay de donde sacar beneficio, salvo que el beneficio sea salvar un perjuicio, y aun eso no es estrictamente algo positivo, sino más bien neutro. Pero aún eso no es siempre posible ¿verdad? y así sucede con lo que es el fin de todo hombre.

Con todo, el proverbio como la película, nos descubren que el trauma de la muerte se sutura con un corazón que reflexiona y no se queda indemne ante el dolor. Tal vez como en pocos casos la oportunidad de la muerte esté en permitir que el peligro nos alcance y suframos el daño que nos haga sentir que estamos despiertos y que la vida que vivimos, la hemos vivir de la única manera que merece ser vivida. Como diría Albert Einstein, sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida. Porque si vas hacer algo que se tiene que acabar más vale que esté rico. Ya es demasiado triste que se acabe.

Aunque en este caso la metáfora de la comida se queda corta. Si no es que aún no hemos reflexionado lo suficiente en nuestro corazón. Y lo triste sería pensar que no hay nada más allá de la muerte.

Vivimos en crisis y no la que azota nuestra economía, si no en el peligro de partir de este mundo sin esperanza, sin fe, sin amor, sin Dios y cada día en cambio es una oportunidad. Una oportunidad animada por el único hombre, Dios hecho hombre – Jesús, que venció a la muerte.

domingo, 31 de mayo de 2009

Herencias de la Reforma (II)

A menudo hemos oído aquello de que la sociedad occidental está sustentada por tres pilares, que a saber son: el pensamiento griego, el derecho romano y la tradición judeocristiana; dejando a un lado de soslayo, tal vez por falta de perspectiva histórica, la inestimable aportación de la Reforma Protestante. Pero como podremos comprobar a continuación la Reforma Protestante y sus principios han sido y serán, en mi humilde opinión y el tiempo nos dará la razón, el cuarto pilar que dieron, dan y darán el equilibrio necesario a la civilización occidental.

Para cuando pienso en la Reforma, por alguna razón no es en los propios reformadores en quienes me fijo, sino en el espíritu de la Reforma. No obstante tampoco estaría de más saber un poco más de aquellos reformadores, aunque para tal efecto ya contamos conun estupendo blog de biografías.

Y es que, y no como a menudo caemos en el error de idealizar, los hombres de los que Dios se valió para llevar a cabo la Reforma en Europa, cometieron sin duda muchos errores, no en vano eran pecadores como tú y como yo. Hombres que sin embargo cuyo celo por la Palabra de Dios, espíritu, eje y motor de la Reforma, posibilitó con paciencia la superación de los obstáculos que presentamos los seres humanos, ese amor irracional a nuestras tradiciones que logran frenar el progreso. Por tanto, no podemos continuar sin reconocer tan siquiera la honra debida a la mano divina que cinceló con la clautela y paciencia suficiente el molde del cuerpo de una iglesia que descubrió que no tenía donde recostar su cabeza, porque había escogido antes ser maltratada con el pueblo de Dios, que gozar de los placeres temporales del pecado, considerando como mayores riquezas el oprobio de Cristo que los tesoros de “Roma”; porque tenía la mirada puesta en la recompensa.

La tolerancia

La tolerancia fue una de las primeras grandes aportaciones que la Reforma introdujo, posibilitando una nueva mentalidad europea. Si bien ésta se fue desarrollando paulatinamente. Y es que en mi modesta opinión, lo que sin duda introdujo un cambio de mentalidad fue el desafío, es decir, la revolución contra las normas preestablecidas. El propio concepto de reforma, modificar lo establecido con objeto de mejorarlo. Esa era la actitud de la Reforma, impulsada por el escrutinio sempiterno de la Biblia.

De tal modo, a medida que pasan los años y más concretamente, los protagonistas de la reforma, la amplitud del concepto tolerancia varía. Así Lutero se mostraba intolerante respecto a otras fe además de las fundamentadas en el evangelio, mientras que Calvino abría el abanico a todas las religiones y sólo se mostraba intolerante frente a la magia y otras herejías. Y Sebastián Castellion hablaba de tolerancia hasta con el hereje, al que definía como aquellos que no estaban de acuerdo con “nuestra opinión”, pero no con el blasfemador. Y así cuando reclamaba la libertad de culto, dijo: “que los judíos o los turcos no condenen a los cristianos, y tampoco los cristianos condenen a los judíos o a los turcos… y nosotros, los que nos llamamos cristianos, no nos condenemos tampoco los unos a los otros… Una cosa es cierta, que mientras mejor conoce un humano la verdad, menos inclinado está a condenar.”

Posteriormente John Locke en el siglo XVII, cuando el ateísmo empezó a raíz del renacimiento, su tesis de la tolerancia esgrimía que no debía de haber tolerancia para el ateo, porque según él, el que no creen en Dios no sólo constituye el fin de la religión sino la propia disolución de la sociedad. Y argumentaba que el que no cree en Dios no puede esperar recibir tolerancia de la religión.

El concepto de la tolerancia empezó a tomar asiento cuando se empezó a distinguir entre el fuero interno de las personas y el externo. Es decir, en la existencia de una realidad trascendente que rinde cuentas a Dios, y una inmanente, es decir física y racional, que abarca la esfera humana propia y de sus congéneres. En ese sentido se empezaba a hablar de libertad de conciencia, lo cual es realmente llamativo, o al menos debería de serlo.

Porque como hemos podido comprobar en palabras de algunos de los reformadores, la cuestión de la tolerancia no estaba del todo clara, y el debate era amplio y dinámico. De modo que si no hubiera sido por la Reforma Protestante tal concepto, así como la libertad de conciencia, jamás hubieran tenido lugar. Porque ni dentro de modelos autócratas católicos como el español, durante el franquismo; ni dentro de modelos estalinistas ateos como el soviético, tan siquiera lograron soñar con su existencia.

Por éste camino de la tolerancia y la libertad de conciencia se llegaba a la conclusión de que las leyes humanas no se pueden obligar en conciencia. Es decir, no se puede obligar a pensar de una determinada forma a un ser humano. Esto no estaba en contradicción con Romanos 13 cuando Pablo habla de la sujeción a las autoridades del estado. Al contrario se interpretaba de acuerdo a la revelación de Dios que hay en la Escritura.

La separación de la religión y el estado.

...y una cosa llevó a la otra, y ésta a la segunda gran aportación de la Reforma, la separación de la religión y el estado. Rosseau, cuya formación fue protestante, concluyó cuando dijo que el error se cometía cuando se trasladaba el reino de Dios a la tierra bajo una autoridad humana. Y Voltaire a pesar de que su formación fue jesuita, afirmó, haciendo referencia al concepto de tolerancia del que veníamos hablando, que la iglesia católica romana no estaba siguiendo el modelo de Jesús.

John Locke desarrolló esto mismo un poco más, afirmando que el estado no tiene autoridad sobre las almas, que a éste no pertenecían los asuntos de la fe, y que podrán estar o no de acuerdo los gobiernos pero el camino al cielo es único.

Pero Locke iba aún un poco más allá al defender la libertad de conciencia, además defendió el derecho de resistencia, como una extensión del colectivo a la libertad de conciencia. Y aun más el derecho de desobediencia civil, al apelar a los cielos cuando los mecanismos constitucionales no resuelven los problemas. No en vano era lo que había ocurrido un siglo atrás con Lutero. Esto sin duda alguna era una defensa de la idea revolucionaria, ya que abogaba por la idea de que Dios a menudo manda un “libertador/profeta” que da la salida.

En definitiva conceptos políticos básicos que hoy en teoría son conocidos por todos emergieron gracias a la Reforma. A la cual no haríamos mal en mirar para evaluar el estado de nuestra sociedad. Porque conceptos básicos como la tolerancia, la libertad de conciencia y la separación del estado de los asuntos de fe, hoy día, cada vez más, están en tela de juicio.

Para acabar una última cita que atrapé en una de las ponencias del congreso: “La modernidad hunde sus raíces en el Siglo XVI. La Reforma impulsó que el conocimiento fuera de dominio público.”

Ahora bien, no dejemos escapar que prácticamente todo el conocimiento que había entonces era el de la escritura bíblica. Hoy día evidentemente no es así, pero al igual que entonces sólo será posible otra Reforma de mentalidad si el conocimiento bíblico vuelve a ser de dominio público. Pero eso debe empezar por las iglesias... dejemos que la sabiduría de Dios nos reforme!

viernes, 3 de abril de 2009

Herencias de la Reforma (I)

El pasado 30, 31 de marzo y 1 de abril se celebró en Sevilla, organizado por la US, el primer Congreso Internacional de Reforma Protestante y Libertades de Europa. Se trataba eminentemente de un congreso académico conformado por ponentes de gran nivel intelectual tanto del ámbito secular como evangélico.
Evidentemente no tengo la capacidad de realizar un resumen científico e histórico de todo lo que se planteó, pero desde un plano más práctico y reflexivo valga ésta entrada como homenaje no tanto a los protagonistas de la Reforma, que también, sino a las ideas y libertades que surgieron en la Europa del Siglo XVI y de las cuales hoy somos amplios beneficiarios y deseamos seguir siéndolo por siempre jamás.

Pero antes de entrar a reflexionar sobre estas ideas, hemos de advertir que la Reforma Protestante fue un fenómeno que no se concentró sólo en la Alemania del sacerdote Martín Lutero, hoy, 3 de abril, día en el que se ordenó y dio pie a su entusiasta estudio de la Palabra de Dios, motor y eje de la Reforma, que como decíamos, no sólo en Alemania, sino en todas las naciones europeas, incluida España, con reformadores como Tomás Carrascón, Cipriano de Valera, Casiodoro de Reina, Juan Pérez de Pineda, entre otros muchos. Si bien es cierto que en ninguna otra nación la Contrareforma de Roma golpeó con tal fiereza, tan siquiera en la propia península italiana. Es por eso, y no por otro motivo, que si la Inquisición no se hubiera interpuesto, hoy España sería una nación tan distinta a la que es hoy como la diferencia de miras entre el topo que camina a gachas bajo tierra y el águila que cruza con sus alas extendida los cielos.

Sirva como ilustración la miserable legislación española, que permite a un acusado mentir para defender su causa, sin incurrir en agravio aún cuando se comprueba la falsedad de su defensa. Cuestión que como tantas veces hemos comprobado en el cine, no es cierto en países de raíces protestantes, por cuanto en la declaración de derechos a un detenido leemos “todo lo que diga podrá ser usado en su contra.” Y es que entre otras muchas cosas, aunque nos hiera el orgullo, nuestra moralidad está a años luz de los países que no solo contemplaron la llama de la Reforma, como es nuestro caso, sino que prendió el corazón de sus naciones.

Ésta llama débil, no ya por la contrarreforma, sino por la mezquina alimentación de los protestantes evangélicos en los últimos decenios, ha llegado a nuestros días y ha sido depositada por la misericordia de Dios en el candelero de la actual Iglesia que formamos todos los que confiamos en Jesús y creemos a su Palabra. La misma Misericordia a la cual habremos de acudir para que la justicia, las libertades, la moral y la ética no sólo no se apaguen sino sean avivadas por siempre jamás. (continuará...)

lunes, 19 de enero de 2009

La vanidad de los dioses

La siguiente entrada es una adaptación de un trabajo de fin de curso de la asignatura de libre configuración de la Universidad de Sevilla, Teología I, sobre el tema tocado en el artículo de Manuel Guerra Gómez.

Pablo en su carta a los Romanos 1:19-23 dice: “…lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria de Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.” Este conocimiento del que habla Pablo al principio de la cita es el referido al qué es Dios, o como dice Tomás de Aquino al conocimiento difuso o general acerca de Dios que todos tenemos. Pero de ninguna forma al quién y cómo es Dios.


Entre los muchos testimonios que podemos leer en las Escrituras, hay uno que de una manera singular resalta el contraste entre aquel conocimiento que decíamos superficial y uno cercano que llega a “conocer” a Dios. Nos referimos al testimonio de Job, 42:5-6He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me arrepiento en polvo y ceniza.” Esta actitud de “arrepentimiento” es la señal inequívoca que la Biblia reconoce como la división entre una religión vana y una divina; pero esto vendrá a colación más adelante.

En efecto como dice Manuel Guerra Gómez en su artículo:De ordinario es totalmente fácil saber que Dios viene, o sea, existe y actúa.” Pues podemos saber que Dios viene, porque como dice Pablo, Él nos lo hizo evidente. Y este evidente nos habla que Dios le ha otorgado al hombre el don de unas cualidades con las cuales, al menos, distinga que Él está ahí; tanto en un sentido trascendental como inmanente. Es decir, una compresión de que Dios efectivamente está por encima de nosotros, pero que también está cercano y se le puede comprender por medio de lo creado, donde se observa una causalidad que apunta al Creador. Así como en la misma alma humana, que sin ser parte de Dios, inequívocamente tiene la firma del soplo que le dio vida, la eternidad. Como diría A. N. Wilson (según cita de John Stott): “Aunque descarto cualquier lealtad religiosa formal, que desprecio como esa combinación moribunda de superstición y engaño, con todo reconozco que hallo fuertes impulsos religiosos dentro de mí y sentimientos de humildad indescriptible ante el misterio de las cosas.

Ahora bien, la propia palabra religión, entendida como el acto humano de religarse a Dios, o lo que es lo mismo volver a unirse con Dios, ya denota que la existencia de Dios y su conocimiento, difuso o general, por el hombre es la base de la religiosidad. Pero además, y lo que resulta más evidente, es la existencia de una barrera de separación entre el hombre y Dios lo que impulsa al primero alpracticar la religión con el fin de acercarse a Dios. Esta barrera es la que la Escritura denomina como la Muerte.

En otras palabras, la religiosidad en el hombre nace de la sed de Dios y a su vez, por paradójico que parezca, de su incapacidad de saciar dicha sed. Pues en efecto el hombre es religioso por naturaleza, la misma naturaleza que se ha demostrado ineficiente durante siglos para reconciliarse con Dios, y en efecto con el ser humano mismo. Siendo el germen de la religión vana que enfoca las posibilidades en el hombre.

Como dice M.G.G. “el hombre es capaz de descubrir Las huellas de la Bondad, Belleza, etc., divinas, impresas en el universo y en el hombre mismo.” Y esto es cierto, el hombre puede descubrir cosas, a las cuales rápidamente les ponemos el apelativo de nuevas, pero en cambio no puede hacer cosas nuevas, salvo las posibilidades que le permiten sus descubrimientos, pero por tanto al fin y al cabo no crea nada nuevo. En cierta ocasión leía una cita de Eliezer S. Yudkowsky que dice así: “Usted no puede escribir un cuento en el que uno de los personajes sea más listo que usted; por definición, si usted supiera lo que ese personaje haría, usted sería tan listo como él.” Por el mismo razonamiento llegamos a la conclusión que el hombre no puede hacer una religión, ni una ley, ni una serie de dogmas, que le puedan acercar a Dios, pues si así fuera, nosotros seríamos tan dioses como Dios, sin haber llegado si quiera al error del ateo.

Y es a esta altura del pensamiento donde Pablo libera todo su temperamento y exclama: “no le honraron como a Dios ni le dieron las gracias.

Cuando hablamos de la gloria de Dios, nos referimos a todo lo que Dios es. Sus atributos invisibles, su eterno poder,… Cuando el hombre intenta religarse con Dios en efecto cambia la majestuosa gloria de Dios y la amolda a su gloria humana y corrompida para hacerla factible a sus conocimientos y esfuerzos por hallar a Dios.

Sin duda la sed de Dios en las criaturas es algo que debe agradar al Creador. Pero no como esa iniciativa propia de descendientes de Caín, que traen ofrenda a Dios del fruto de su tierra que en ningún modo agrada a Dios (Génesis 4:3-5). En cambio, sí esa actitud de humildad y fe propio de Abel (Hebreos 11:4).

Observando ésta dicotomía creo que estamos en lo cierto cuando hablamos de una religión que agrada a Dios y otra que no o es vana. Y sin duda la Palabra de Dios lo deja bien claro en Santiago 1:27La religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo.

Pero creo que erramos cuando precisamos a definir una religión formal cristiana como fuente para saciar la sed de Dios. Pues sobre todo lo anterior está “Jesús, el mediador de un nuevo pacto, y la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel.” (Hebreos 12:24), sobre lo cual no tenemos nada más que añadir, porque como exclamó en la Cruz: ¡Consumado es!

Honrar a Jesús y darle gracias y arrepentirse en polvo y ceniza; sí es de alguna manera ortodoxa toda la definición de religión cristiana. Pues tan sólo es el acto de contricción y humildad de reconocer que la reconciliación con Dios es únicamente por medio de Él mismo, y de nadie más. Porque pensar otra cosa, o añadir algo más sólo sería lo que el mismo Pablo nos advierte: cambiar la gloria de Dios.

En efecto esto sucede de muchas formas, tal vez tantas, como popularmente se suele decir, personas hay en este mundo. Pero quizás la forma más peligrosa; el ateísmo militante, es la única bajo la cual el hombre pretende demudar toda la gloria de Dios. Y sin embargo no deja de ser una práctica religiosa, pues existe una pretensión de relación con Dios; opositora, pero relación. Ya que es una experiencia de doble vínculo. A estas alturas el ser humano cambia la gloria de Dios por la nada; desdeñando en el camino toda su humanidad. De modo que el único calificativo que nos ligaba a Dios y contenía nuestras perversiones, criaturas de Dios, ha sido desechado. Sucumbiendo como dice la escritura y recuerda M.G.G, a la tentación “seréis como dioses.

miércoles, 7 de enero de 2009

Pasado, presente y eternidad

Todo esto nace de las reflexiones de C.S. Lewis en su libro “Cartas del diablo a su sobrino.” que me propuse leer después de la recomendación de Lux.

Aunque ésta debió ser una de esas entradas para publicarlas antes de fin de año y firmáramos entonces alguno de esos famosos propósitos para el año nuevo, espero no obstante que la utilidad de la presente reflexión pueda, si cabe, ayudarnos a enfocar nuestros sueños hacia donde debemos dirigirlos.

El Universo es lo suficientemente variado como para mantenernos en la expectativa de esperar algo nuevo y lo suficientemente ordinario o rutinario como para no distraernos de nuestras obligaciones. Y en cambio nos hemos conformado a un estilo de vida que no nos permite disfrutar de lo uno como de lo otro.

Cada día el cielo nos brinda una obra de arte nueva, pero somos incapaces de maravillarnos diariamente por la novedad que esconde la cotidianeidad del firmamento. Así mismo, la mayoría vivimos la semana a la expectativa de que llegue el viernes; cuando al fin y al cabo sólo repetimos lo mismo que hicimos el fin de semana pasado. Y entre tanto el tiempo pasa, entre segundos nuevos pero tan ordinarios como los pasados, y los que están por venir.

Vivimos la vida en el futuro, despreciando el pasado, mientras esperamos que pase de una vez por todas el presente. Expectantes a los cambios que nos depara el mañana en tanto paseamos desilusionados antes los cambios que se suceden en nuestro presente.

Por tanto llega el año nuevo y parece que todo y todos se confabulan este día para que disfrutemos de la experiencia más novedosa del año; pero que a su vez se ha convertido en la más ordinaria y cotidiana de las tradiciones. El caso es que por fin acabó el año, y ahora comienzan lo que parecen doce meses tan nuevecitos que hasta exclamamos: ¡año nuevo, vida nueva!

Y entonces caemos en la peor estafa de todas. Conformarnos con una única oportunidad al año de empezar de nuevo. Cuando Dios nos enseña por medio de lo creado que en cada día, en cada acto rutinario del Universo, se realiza un estreno que se disfruta sólo si se acepta que hemos de vivir en el presente. Porque las oportunidades para empezar de nuevo se suceden hoy y no mañana.

En resumidas cuentas las oportunidades para empezar de nuevo son infinitas porque no se sujetan a las oportunidades que nos depara el futuro, sino a las resoluciones que escojamos en el presente. Ese lugar del tiempo que como diría C.S. Lewis se encuentra iluminado por los rayos de luz de la eternidad.

Dios quiere precisamente que vivamos el presente con la mirada puesta en la eternidad, agradeciendo el pasado. Pero la eternidad no es lo mismo que el futuro. Porque de ser la vida un paseo, el pasado quedaría ilustrado como las huellas dejadas atrás; el presente allí donde en estos mismos momentos pisan tus pasos y la eternidad el tramo que un día ciertamente andarás. Y el futuro solo es ese pequeño tramo de incertidumbres entre nuestro presente y eternidad.

Por tanto, mientras que la eternidad y el futuro son cosas que en una línea temporal están por delante, la eternidad en cambio es visible desde el presente; aunque a veces sólo lo sea a través de la fe. Así por ejemplo a la eternidad le concierne la muerte; y al futuro lo que comerás mañana.

Y para este año que comienza, si es cierto que podemos decir que como futuro no sabemos lo que nos deparará, por mucha fe que tengamos; más cierto es, que para los que han depositado su fe en Jesús, podemos decir que pase lo que pase, el perdón y la gracia de Dios siempre estarán ahí.

¡Vive el presente sin olvidar lo eterno y da gracias por el pasado! Porque la vida es una maratón de cambios continuos, no un sprint de cambios fulminantes. Donde cada segundo, pero en especial el presente, es tan bueno como cualquier otro para dar el pistoletazo de salida y empezar a luchar por un nuevo cambio. Porque de partir hoy de este mundo de nada valdrán cuan grandes cambios planeábamos hacer con nuestro Yo futuro. Dios va a juzgar nuestro Yo presente, no el que estamos dispuestos a ser, pero en el futuro.