jueves, 13 de septiembre de 2007

Crónicas del Siglo XX: La guerra de los seis días

También conocida entre el pueblo árabe como la guerra de junio, éste acontecimiento marcó un antes y un después en Oriente Medio.

La década de los 60 fue sin lugar a dudas una de las épocas que más ha influido en el curso de la historia moderna. Si se me permite decirlo así, la década de los 60 fue el cierre de exclamación al grito de incertidumbre acerca del futuro que se abría en los años 40 con motivo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Ésta catapultó al púlpito a dos grandes superpotencias, la URSS y los EE.UU., y sólo había una batuta. Sin embargo, por paradójico que nos parezca, sería el nacimiento de una insignificante nación, la que a su vez marcaría el paso a estas dos superpotencias, hablamos del estado de Israel, fundado allá por el año 1948.

Se pueden contar más de una decena de importantísimos acontecimientos acaecidos en ésta década de los 60. Entre ellos la desocupación de las últimas colonias europeas; el fin de la carrera espacial, la fundación de la bases sobre las que se construiría la Comunidad Económica Europea, actual Unión Europea; o el estallido de la guerra de Vietnam. O simplemente personajes de la envergadura del Che Guevara, John Fitzgerald Kennedy o Martin Luther King, entre otros. O más triviales, en el mundo de la música, pero que han dejado también su huella, tales como Elvis Presley, los Beatles, o los Rolling Stones. Y por si esto fuera poco, en ésta década, la humanidad estuvo al borde al menos en dos ocasiones de una tercera Guerra Mundial. Una de ellas con holocausto nuclear incluido pendiente de un hilo; de un hilo telefónico, el que se creo entre Washington y Moscú, el llamado teléfono rojo, durante la Crisis de los Misiles de Cuba.

No obstante, hubo otro acontecimiento de igual o mayor relevancia. A modo de simil: “Los demás hechos… ¿no están escritos en el libro de las Crónicas de los reyes de Judá?”*

Hablamos de la tercera guerra árabe-judía, en los primero días de junio de 1967. Éste año se cumplía su cuadragésimo aniversario. Con ese motivo, algunas publicaciones internacionales publicaban extensos reportajes, como la BBC. Y de manera casi casual llegaba a mis manos gracias a un coleccionable, de estos que tanto vemos en los kioscos, el libro de Michael B. Oren, titulado La Guerra de los Seis Días. Huelga decir que los medios informativos españoles, haciendo gala de su antisemitismo, apenas, si es que nada, se hicieron eco de la noticia.

Pero qué hizo de la Guerra de los Seis Días un acontecimiento tan relevante para la historia. Para eso hay que conocer los antecedentes…

Por el año 1967 Israel era un estado muy joven, recordemos que fue fundado en el 1948, casi como objeto de compensación por el holocausto judío. No obstante, al contrario de lo que muchos piensan, antes de ésta fecha ya había judíos conviviendo en Palestina bajo la autoridad colonial británica. Digo conviviendo, porque en efecto coexistían con los ascendientes de los actuales palestinos.

La idea de un estado judío empezaba a cobrar forma sobre mediados del siglo XIX, bajo el movimiento denominado como sionismo. Sion es el monte sobre el cual se halla asentada la ciudad de Jerusalén. En verdad, el sionismo tan sólo era una forma de revivir los sentimientos del Salmo 137; escrito muchos siglos antes, en el periodo del destierro babilónico.

Junto a los ríos de Babilonia,
nos sentábamos y llorábamos,
al acordarnos de Sion.

Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, los judíos asentados en Palestina, en palabras del propio Michael B. Oren, eran ya una nación de hecho, un estado incipiente. Con instituciones tanto sociales, económicas y educativas que superaron en poco tiempo a las facilitadas por la metrópolis.

Pero en ojos de los palestinos, quienes llevaban ya siglos habitando ésta tierra, éste vertiginoso desarrollo de la Yishuv, o comunidad judía en Palestina, sólo les parecía otra agresión más del imperialismo occidental. A pesar de qué esta comunidad tenía las mismas ambiciones que los propios palestinos, la independencia del dominio colonial, y pese a que los judíos hasta entonces habían sido tolerados por el Islam durante mucho tiempo, los palestinos no hacían distinción entre estos y los británicos. No se concebía un estado extranjero en el propio corazón del mundo árabe. Según Oren eso sólo lo veían como otra odiosa forma de colonialismo.

Hasta que en 1936, tres grandes oleadas de emigración judía culminó con la revuelta árabe contra los británicos y los propios judíos. Su duración fue de tres años y terminó con el exilio de muchos de los líderes árabes de Palestina y el debilitamiento de su economía. En cambio, la Yishuv, crecía con fuerza.

Pero no todo quedó en aguas de borrajas. Los británicos que hasta ahora habían jugado a dos bandas, haciendo sendas promesas de independencia a judíos y palestinos, temerosos de que se radicalizase la posición musulmana y se extendiese al resto de las colonias árabes, anularon bajo decreto la “Declaración Balfour,” la promesa de un futuro estado judío. Si bien, ya era tarde. Como quien dice, parecía que todo estaba predestinado. La causa palestina cobró simpatía entre el resto de naciones árabes, los propios palestinos habían optado por una postura radical, según Oren, Hajj Amin al-Husayni, quien se autoproclamó representante de los árabes en Palestina, ligó su suerte a la de Hitler: aniquilar la “raza judía.” Pero si durante el periodo de 1939-1945 parecía que el sionismo había sido neutralizado, con el fin de la Segunda Guerra Mundial el sionismo resurgió con ansias de venganza. El holocausto se había cobrado la vida de entre cinco y seis millones de judíos; y en buena parte por culpa del decreto “White Paper” que años atrás había anulado la “Declaración Balfour.”

Con el apoyo del presidente de EE.UU. Harry Truman y el enconado esfuerzo del sionismo, en 1947 Gran Bretaña renunció a su capacidad resolutiva sobre Palestina, pasándole el testigo a unas jovencísimas Naciones Unidas, cuya Asamblea General resolvió la creación de dos estados en Palestina, uno árabe y otro judío. A lo cual se opusieron los propios palestinos. Concurriendo, el día siguiente a la resolución, en un ataque contra diversos asentamientos judíos. Estos aun tardarían unos meses en pasar a la ofensiva, pero una vez iniciaron la operación ésta resultó todo un éxito, logrando salvar todos los asentamientos. La reacción palestina fue de terror, asustados por las posibles represalias, cientos de miles de palestinos huyeron en espera de que el resto de las fuerzas árabes de las naciones vecinas intervinieran y expulsaran a los llamados “usurpadores” judíos.

Así en mayo de 1948 las naciones árabes se lanzaron al ataque en lo que ellos mismos denominaron “una acción policial.” Pero para el otoño de 1948 las recientemente creadas Fuerzas de Defensa de Israel (IDF), conocidas como Tsahal, habían conseguido detener en la frontera a las fuerzas invasoras, e incluso hacer retroceder a Egipto. De modo que a principios de 1949 El Cairo solicitó el Armisticio. La Guerra de la Independencia, como la habían llamado los israelíes supuso toda una victoria.

Si bien ésta sólo logró alojar más resentimiento en el corazón de Ismael, hacia su hermano Isaac**. Esto se tradujo a lo largo de toda la siguiente década en continuas incursiones sobre Eretz Israel por grupos apoyados por Egipto y las represalias de la IDF a estos ataques. Egipto también dio lugar al incumplimiento reiterado del armisticio, llegando a su punto álgido en el bloqueo de los estrechos de Tirán, una pequeña embocadura, al sur de la península del Sinaí y que es para Israel, lo que para Occidente es el Canal de Suez. Canal que en estos años el propio Egipto nacionalizó.

También fue en ésta década, cuando la URRS dejó su tradicional postura pro-israelí a favor de las naciones árabes. En palabras de Oren la URSS ya no podía sacar nada más del sionismo, pues el Imperio Británico estaba en vías de desaparición, Israel era un modelo de estado capitalista y además la alineación de las naciones árabes a la causa comunista permitiría amenazar el suministro de petróleo a Occidente.

Estas circunstancias llevaron a los estados israelíes, británicos y franceses a una alianza militar contra Egipto con el fin de liberar tanto el Canal de Suez, como poner fin al bloqueo de los estrechos de Tirán. Si bien la comunidad internacional, quien no consideraba una agresión la nacionalización del Canal, condenó la acción de británicos y franceses; mientras que, consternada por los ataques terroristas y el bloqueo de los estrechos de Tirán, defendió la legitimidad de la acción israelí.

Así, el último capítulo del colonialismo europeo en Oriente Próximo llegaba a su fin, y en su lugar mediaba la Asamblea General de las Naciones Unidas. Que finalmente alcanzaba una solución consensuada por ambas partes, que consistiría en desplegar una fuerza de pacificación, denominada UNEF, en la propia península del Sinaí; bajo el siguiente prerrequisito: Egipto podría volver a prescindir de ésta fuerza sólo después de que la Asamblea General diese el visto bueno. Por otro lado Israel podría responder en defensa propia de acuerdo al artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas si los estrechos de Tirán volvían a ser bloqueados.

Así pues, el resultado fue igualmente favorable para ambos bandos. Nasser, el lider egipcio, se jactaba de haber vencido al colonialismo europeo. E Israel, si bien no había alcanzado el reconocimiento del pueblo árabe y había perdido el apoyo de la URSS, sí había logrado el respeto del resto del mundo. Y pese al fracaso de la paz, al menos habían logrado 10 años de relativa calma. En palabras del autor de La Guerra de los Seis Días: “una sólida década de desarrollo.”


Corría octubre del año 1956 y en efecto, pasaría una década hasta la próxima guerra árabe-judía: La Guerra de los Seis días. Continuará.

* Expresión extraída del libro de los Reyes, onceavo y decimosegundo del Antiguo Testamento, que hace referencia a los otros dos libros históricos que al igual que estos narran principalmente la historia de Israel durante las dinastías davídicas.
** Isaac e Ismael son los dos hijos que le nacieron al patriarca Abraham, cada uno de distinta madre. De acuerdo con las Escrituras, Isaac hijo de Sarai, esposa de Abraham, e Ismael, hijo de Agar, sierva de Sarai. No obstante, los ismaelitas, el pueblo árabe, niega ésta versión, e incluso afirman que no fue Isaac a quien Dios pidió a Abraham que sacrificase sobre el monte Moriah, en Sión, sino a Ismael.