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jueves, 19 de noviembre de 2009

Érase una vez...

La historia que sigue es un resumen de los primero capítulos de El médico, una novela de Noah Gordon, que si bien no he acabado desde ya os la podría sugerir si es que os gusta la novela histórica. Pero empecemos de una vez, ya que es larga, y como de verdad se cuentan las historias…

Érase una vez Rob J., un niño de apenas 9 años (al menos esa fue mi impresión mientras leía la novela, porque detalles como la edad siempre escapan a mi atención) cuando ya había perdido a su madre, y a su padre, en dicho orden. La madre, quien había fallecido después de habérsele complicado el parto del que debía ser su quinto hermano (otro número de esos que no suelo recordar), y su padre un año o dos después a causa de lo que hoy un doctor hubiera diagnosticado de neumonía, debido a las largas y duras jornadas de trabajo en el río Támesis, reparando los embarcaderos de Londres.

El pequeño Rob sufrió en sus carnes la cruel paradoja de ser pequeño siendo el mayor de digamos… seis hermanos (elemental si dijimos que el último fue su quinto hermano). Y como era costumbre en aquella época a menos que hubiera algún familiar los hijos de un trabajador de un gremio en caso de orfandad eran repartidos entre los miembros del mismo. Pero Rob por ser ya un chico “demasiado grande” no encontró ningún lugar de acogida. Y así pasó algún tiempo, mientras esperaba lo peor… tal vez ser traicioneramente vendido como esclavo.

Un buen día un señor de apariencia corpulenta llamó a la casa donde siempre había vivido, ahora vacía de mobiliario y calor humano. Aquel hombre venía a proponerle una oferta o tal vez, dudó Rob, sólo el ardid de un engaño para venderlo como esclavo. Pero pasado el susto y una vez logró espantar sus temores, accedió a la propuesta del señor Barber, como se hacía llamar. Sería por lo pronto el joven ayudante de un barbero cirujano itinerante.

Cuanto menos lo que le ofrecía aquel hombre era curioso. Pero por su apariencia nadie podía negar que le fuera bien. En su carretón rojo recorría toda Inglaterra ofreciendo sus servicios por allí y por allá. Detenía su lustroso carromato en las plazas y preparaba su escenario procurando levantar la mayor algarabía posible que atrajera a la mayor cantidad de público que hubiera. Y con su peculiar y persuasiva personalidad encandilaba con su retórica, a jóvenes y mayores, hombres y mujeres (sobre todo mujeres), mientras realizaba asombrosos juegos de presdigitación y magia para posteriormente vender la afamada “panacea universal”, que sólo en la intimidad él podía reconocer como “humo”, y tal vez tratar algún traumatismo y poco más.

En un principio el trabajo del joven aprendiz no pasaba de mozo de carga, recolector de leña y nada más. Pero ese no era el único destino que le tenía preparado Barber. Éste veía en su chico a un muchacho muy prometedor. No en vano, había tenido la suerte de tener a una madre que había sido educada en un monasterio y la misma le había enseñado historia y a leer y escribir en latín, lo cual no era muy corriente para un chico de su edad. Sin embargo el mayor desafío al que se enfrentó Rob fue aprender los juegos de presdigitación. Hacer malabares con bolas de colores.

Primero con una bola, dos, tres y hasta cuatro bolas hechas en madera. En realidad fue relativamente fácil hacer juego malabares con hasta cuatro bolas. Pero eso no tenía nada de especial para su mecenas, Barber, quien instigó al joven Rob a sumar una bola más, o de lo contrario, pese al palpable aprecio que le había cogido al muchacho, sintiéndolo mucho, tendría que despedirlo a razón que necesitaba un ayudante habilidoso que llamara la atención de su público, y esa era, a su modo de ver la medida de su ayudante, un joven que lograra bailar en el aire cinco simples bolas.

Acudió el frío invierno y como de costumbre Barber se refugió en su casa solariega en un humilde pueblo de la antigua Britania del rey Canuto (no, no es broma, aquel era su nombre real, y de real es ambivalente evidentemente). El caso era ese, el duro invierno les impedía a ambos ejercer su trabajo itinerante y por tanto ese era el plazo para Rob, el tiempo en que tardara en llegar la primavera, el espacio de tiempo que tenía para aprender a lanzar las cinco bolas, o de lo contrario como le prometió Barber lo dejaría en el puerto más cercano.

Pero pasaban las semanas y al contrario Rob no sólo no lograba hacerse con el truco sino que al contrario se sentía cada vez más torpe. A la postre las señales inequívocas de la proximidad de la primavera se sentían ya en el ambiente y aunque el frío ya no era lo agresivo que había sido días atrás los caminos aún seguían sin estar en condiciones de ser transitados. No obstante Barber y el joven mozo bajo sus órdenes comenzaban a realizar los preparativos para la salida. Aquellos fueron los peores días porque ambos respiraban la tensión del ultimátum y más cuando, después de comprobar el cirujano barbero que el chico había perdido ya toda esperanza, decidió castigarlo duramente para que no cejase en su empeño por bailar las cinco bolas. Estrictamente le golpeaba con una vara en los muslos cada vez que fracasaba, mientras le exhortaba a intentarlo una y otra vez, con el pretexto de que así tendría una razón más para superarse, pues le advertía al chico que el mismo fracaso le había arrebatado la ilusión por alcanzar el premio.

Sin embargo, después de muchos intentos y por tanto muchos golpes Barber dejó descansar al chico, ahora entre sollozos y con los muslos claramente doloridos. Aquella misma noche después de sanarle las heridas causadas por los golpes le anunció que a la mañana siguiente partirían, y como le había prometido lo dejaría en un importante puerto marinero con el fin de que pudiera buscarse la vida.

Amaneció el día siguiente y Barber le ordenó sus últimos servicios, cargar el carromato con los víveres que habían acumulado días atrás. Así Rob se dirigió al almacén y empezó a trasladar los bultos y cuando le tóco el turno a la cesta de manzanas, cogió una, dos, tres, cuatro y cinco, las lanzó al aire pero pronto dos de ellas cayeron al suelo dañándose. Sabía que si Barber se enteraba que estaba estropeando la comida así se lo haría pagar. Aún le dolían los muslos que le hacían recordar su estado de humor. De todas formas lo volvió a intentar y por un segundo allí estaba bailando las cinco bolas. Increíblemente para su sorpresa lo había conseguido pero con la misma emoción, incontrolada, perdió el equilibrio y se le volvieron a caer. Ahora lo volvería a intentar, a sabiendas que lo podía hacer pero cuando hubo lanzado otra vez las cinco manzanas rojas y empezó a bailarlas de abajo a arriba, escuchó la puerta abrirse y perdiendo la concentración se le cayó de nuevo. Entonces girándose vio al enorme Barber con los brazos levantados aproximándose hacia él, en una posición claramente amenazadora, mientras varias manzanas rodaban por el suelo. Rob se encogió y cerró los ojos esperando recibir un castigo por semejante desperdicio. Pero fue entonces cuando oyó gritar Barber: ¡Te he visto, te he visto! ¡Lo has logrado! y seguidamente estrechándolo entre sus brazos lo levantó en el aire. Aquel ultimátum nunca se cumplió y Barber se convirtió para Rob en lo más parecido a un padre, además de su maestro barbero cirujano.

Cuando leía esta historia no pude evitar en ver un comportamiento reflejo en el ser humano, así como Rob con Barber en aquel instante, el del hombre con Dios. Este cuento no sirve para sentar cátedra ni mucho menos, pero tal vez estaréis de acuerdo conmigo que los hombres, tanto varones como mujeres (hoy día hay que aclararlo), sienten fuertes impulsos a justificarse frente a Dios. A menudo es normal sentir un sentimiento de satisfacción, más grande de lo normal, ante las cosas buenas que hacemos, nuestros logros, victorias y demás; y aunque sólo sea en nuestro subconsciente estas cosas las presentamos delante de Dios como ofrendas de paz, es decir, como obras que pretenden ganarse Su favor. Esto, más o menos es fácil de discernir, pues se amolda a nuestra razón, y de hecho prácticamente es la base de todas las doctrinas religiosas humanas… y es más, quien no ha sentido alguna vez ese orgullo tan característico, o le ha oído hablar a alguien acerca de la muerte… y decir con descaro: “yo soy bueno.” Ahora, lo más extraño, y tal vez complicado de entender, es ese sentimiento de justificación frente a las cosas malas, nuestros errores y de más… no hablo del orgullo, pues eso es la ausencia de dicho término; no se justifica quien reniega de sus fallos, ni tampoco quien los defiende, pues si acaso justifica su pecado pero no a sí mismo como pecador. En fin, cuando hablamos del que se justifica frente a la pena, el error, el fracaso, hablamos de la persona que espera recibir el castigo, que se dice a sí mismo: “lo merezco.”

Para Dios ambos sentimiento son aborrecibles. Él ni busca ilustrados juristas que saquen oro de lo que la Biblia llama a nuestras mejoras obras como trapos de inmundicia, ni austeros soñadores que se arrastran por el suelo sin hacer nada salvo esperar las fatales consecuencias de sus actos.

En una ocasión Jesús dirigiéndose a una multitud, en lo que luego se conocería como el sermón del monte, hablando dijo: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?

Usando el texto como pretexto, vemos a Barber, el cual ni siquiera era el padre de Rob, y en cambio sólo desea lo mejor para el joven chico. En ese sentido cuánto más Dios, ¿verdad? A lo largo de la vida Dios usa las circunstancias que nos rodean y las consecuencias de sus percances para disciplinarnos. En definitiva para que abramos los ojos y desentaponemos los oídos, y entendamos la trascendencia de la vida, de los actos que cometemos y pueden afectar a otros, y sobre todo de nuestro destino.

Así mismo el hombre, en lo que concierne a la eternidad, no puede ser dueño de su destino ni por muy entusiasta que sea, ni por muy autocompasivo y triste que sea. Rob pasó en su pequeña experiencia por las dos etapas. Con un pequeño esfuerzo hizo bailar, una, dos, tres y hasta cuatro bolas, pero llegado las cinco y tras sus reiterados fracasos cedió a la autocompasión y la aceptación de la derrota. Se hizo necesaria la intervención de Barber para restaurar el equilibrio de los sentimientos del pequeño Rob.

Paralelamente el hombre vive entusiasmado cuando su religión le exige obras, que aunque no carentes de esfuerzo, sí están a su alcance. Pero cuando descubre en su interior la realidad de que nada de eso le satisface y llena el vacío de su interior; cuando descubre ya sea por la conciencia o por la Escritura que Dios es mucho mayor que eso, y en cambio persiste en sus ofrendas de paz sin la certidumbre de que estás sirvan de algo, al contrario empieza a sentir que el ultimátum se acerca y que no ha alcanzado la medida divina; pasa al extremo contrario… esperar los reveses de la vida sin esperanza y tal vez, si tiene el entendimiento suficiente, incluso la muerte.

En cambio Dios está esperando que clamemos a Él, no que traigamos ofrendas de paz ni le lloremos al vacío. La única ofrenda de paz que mereció la pena en esta vida para Dios fue la que Jesús realizó en la Cruz, y nuestra prueba es que Él resucitó. Como la parábola de Jesús, Él está esperando que le pidamos, ahí nos dice que es un Dios misericordioso.

En el mismo instante que clamamos a Jesús Él viene con los brazos abiertos y no para castigarnos, como por un momento pudo pensar aquel chico de su maestro. Sino para estrecharnos entre sus brazos, sin hacer caso a las “manzanas” que por el camino cayeron y echamos a perder. Porque Jesús ya pagó por ellas, justificándonos a nosotros, que no al pecado, y haciendo nuestro su éxito, así como en la historia, salvando los matices de que aquellos es ni tan siquiera una parábola, sino sólo un cuento.

Y colorin colorado esto en cambio no es un cuento y mucho menos se ha acabado.

sábado, 13 de junio de 2009

Departures, el fin de todo hombre

Daigo, con su cuerpo apoyado en el pretil, miraba apesadumbrado desde lo alto del viejo puente la corriente de agua que descendía incansablemente, aunque sin excesiva fuerza; sólo la suficiente a esa altura, donde los pilares del puente aceleraban la corriente, como para presentar un serio obstáculo a los tercos salmones que trepaban aguas para arriba, mientras otros, ya cadáveres, se dejaban arrastrar.

¿Salmones? – Dijo un señor mayor que pasaba y cuya cara le era conocida.
– contestó Daigo, con esa peculiar cortesía japonesa. A lo que el viejo reaccionó acercándose a mirar.
Están juntos a las rocas… por ahí – señaló efusivamente Daigo, como sólo un japonés sabría hacerlo.
¡Vamos, tú puedes, tú puedes! – Le arengaba el viejo.
Es un poco triste ir contra el río sólo para morir – Inquirió con apatía Daigo mientras guardaba sus manos en los bolsillos de su grueso abrigo – ¿Para qué trabajar tan duro si de todas formas morirás?
Estoy seguro de que quieren regresar a su lugar de nacimiento – Sentenció el viejo, dio media vuelta y se marchó sin darle más importancia, dejando a Daigo en su estado taciturno mientras se volvía a mirar a los peces, sólo que ahora como si fuera uno de ellos que ya ha regresado al hogar.

Tres días he tardado en ver esta película. Departures un film japonés ganador en 2008 al Oscar a mejor película de habla no inglesa. No fue el hecho de estar subtitulada, ni sus 131 minutos de metraje, aunque esto ayudó, sino el incomodo compromiso de acostarme antes de las 12 para estudiar para el último examen de la carrera. Iba a un cuarto de película por noche cuando hoy finalmente la acabé de ver tragándome el de mañana. Me lo zampé porque como diría el jefe de Daigo a la pregunta ¿está rico? – Sí lo está… “ñam” …tristemente. Pero es que si vas hacer algo que tiene que a acabar, mejor que esté rico, y éste largometraje, metafóricamente hablando, lo estaba. – ¡Por cierto! Hablando de comida, también llegué a la conclusión de que no hay nada más desagradable que ver a un japonés comer, aunque también es cierto que nunca había visto a nadie disfrutar tanto comiendo y hacer tantas muecas a la vez. Me pregunto – ¿serán todos los japoneses así?

Y es que aunque la película gire en torno a una funeraria, y aparezcan no uno, sino varios cadáveres, lo más desagradable que verás será a un japonés comer – eso te lo aseguro. Bromas aparte, ironías de la historia, como de la vida, será la dualidad vida y muerte, lo que la Biblia llama la casa del banquete y la casa de luto, lo que la convierte en más que una emotiva película.

Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete, porque aquello es el fin de todo hombre, y al que vive lo hará reflexionar en su corazón.” Eclesiastés 7:2

La palabra crisis en japonés (危機 = kiki) oí hace algún tiempo está compuesta por los caracteres 危 = “peligro” y 機 = “oportunidad” y pensé – qué curiosa definición para éste concepto. Tal vez la oportunidad en el peligro esté en evitar el riesgo del daño, y el peligro que hay contenido en la oportunidad esté simplemente en dejarla pasar. Complicado de analizar porque mires por donde lo mires no hay de donde sacar beneficio, salvo que el beneficio sea salvar un perjuicio, y aun eso no es estrictamente algo positivo, sino más bien neutro. Pero aún eso no es siempre posible ¿verdad? y así sucede con lo que es el fin de todo hombre.

Con todo, el proverbio como la película, nos descubren que el trauma de la muerte se sutura con un corazón que reflexiona y no se queda indemne ante el dolor. Tal vez como en pocos casos la oportunidad de la muerte esté en permitir que el peligro nos alcance y suframos el daño que nos haga sentir que estamos despiertos y que la vida que vivimos, la hemos vivir de la única manera que merece ser vivida. Como diría Albert Einstein, sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida. Porque si vas hacer algo que se tiene que acabar más vale que esté rico. Ya es demasiado triste que se acabe.

Aunque en este caso la metáfora de la comida se queda corta. Si no es que aún no hemos reflexionado lo suficiente en nuestro corazón. Y lo triste sería pensar que no hay nada más allá de la muerte.

Vivimos en crisis y no la que azota nuestra economía, si no en el peligro de partir de este mundo sin esperanza, sin fe, sin amor, sin Dios y cada día en cambio es una oportunidad. Una oportunidad animada por el único hombre, Dios hecho hombre – Jesús, que venció a la muerte.

lunes, 25 de febrero de 2008

Cambia de perspectiva

Con la pizarra a sus espaldas apoya un pie en la silla, luego otro sobre su escritorio y enderezándose se dirige hacia sus pupilos:
Capitán: ¿Por qué he subido aquí? ¿Quién lo sabe?
Nuwanda: Para sentirse más alto.
Capitán: ¡No!
Ring (el Capitán toca un timbre)
Capitán: Pero gracias por concursar.
Risas
Capitán: Me he subido a mi mesa, para recordarme que debemos mirar constantemente las cosas de un modo diferente.
Silencio
Capitán: El mundo se ve distinto desde aquí arriba. Si no me creen vengan a comprobarlo. Venga. Vamos.
Ruido de zapatos (los alumnos dejan sus pupitres y pasan adelante para subirse uno tras otro a la mesa).
Capitán: Cuándo ustedes crean que saben algo deben mirarlo de un modo distinto, aunque pueda parecer tonto o equivocado,…

Ya casi ni recuerdo la última vez en que me subí de verdad a una mesa, pero… ¿y cuándo fue la última vez que me subí a una mesa? Probablemente la última vez que me sentí como un niño. La última vez que me sentí con la absoluta libertad de destacar mi visión por encima de lo corriente y así, mirar de un modo distinto las cosas sin la desconfianza que produce, precisamente, el hecho de aventurarse a hacer el ridículo

La virtud de un niño, a mi modo de ver las cosas, comienza con su capacidad de simplificar lo grandioso y engrandecer la simpleza. Ésta cualidad lo convierte en un ser humilde, porque ante lo majestuoso responde con llaneza y frente a la simpleza inquiere con asombro.

La inocencia más graciosa que cambia el nombre de las cosas, es ese brillo que te vuelve un niño, es ese brillo que te quita el frío. Este extracto de la letra de una canción de uno de mis grupos favoritos del pop español, Los Secretos, titulada: Volver a ser un niño, en mi opinión, refleja bien la magnificencia de dicha cualidad. En efecto es el requerimiento indispensable que nos hace como niños, y que alcanza a cambiar el nombre de las cosas, o lo que es lo mismo a mirarlo todo de un modo distinto.

La inocencia no tiene porqué entenderse como una merma en el desarrollo de la personalidad. Cuando a la madurez le acompaña la inocencia, porque no creo que sean términos necesariamente contradictorios, entonces no hablamos de ingenuidad, sino del conocimiento certero de nuestras limitaciones.

Claro que no hablo de las inseguridades. De hecho me atrevería a decir que no hay persona más segura, ¿o debiera decir valiente?, que la que sabe cuáles son sus limitaciones. Porque a la postre no hay nada más incisivo que la aguda opinión de uno sobre sí mismo. Y a ese respecto, la autocrítica sería la última frontera frente a la inseguridad.

- Un amigo ha escrito la siguiente frase en el Messenger (espero que no tenga copyright, jeje): “De pequeño me enseñaron a querer ser mayor, de mayor voy a jugar a ser niño.

Durante la niñez se forma el carácter. Nos enseñan a confiar en uno mismo y por ende a desconfiar del prójimo. Si bien, tampoco es del todo cierto esto último, porque más allá de los desconocidos no nos enseñaron a desconfiar del prójimo. Entonces ¿por qué desconfiamos aún de los conocidos? La respuesta a esta pregunta es lo que Carl Sagan llamaría La carga del escepticismo.

En otras circunstancias las posibilidades de coincidir con este hombre serían remotas, pero a este respecto, estoy al menos de acuerdo en dos de las puntualizaciones a las que hacía referencia en su ensayo sobre el escepticismo. La primera es que cierta dosis de escepticismo siempre es saludable y la segunda, que la sociedad actual sufre una profunda crisis de juicio crítico saludable.

De acuerdo con el DRAE el escepticismo, es la desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo. Así pues, como reacción, el escepticismo es algo totalmente natural. El problema es cuando lo convertimos en nuestra filosofía de vida (afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla). Dicho de otra manera, nunca deberíamos dejarnos dominar por el escepticismo, por muy duro que nos haya golpeado la vida. Al contrario, nosotros hemos de dominarlo, porque hemos de aprovecharnos de él para averiguar si tal decisión es la correcta, si dicha compra es de calidad o hasta qué punto es de confianza tal persona, entre otros muchos ejemplos.

Cuando afirmamos que nuestra sociedad sufre una crisis de juicio crítico, resulta evidente que no nos referimos a opiniones sobre el modelo del nuevo coche del vecino o del escándalo del famoso de turno aparecido en la prensa rosa, no. Eso hasta sobra. Hablamos de que las personas han relegado a un último lugar su interés por inquirir cuánto de verdad hay en lo que escuchan. La televisión, la radio, la prensa, tal vez por este orden, se han convertido en el oráculo de la verdad, y ahora como quien dice: lo que la tele dice va a misa.

El grado de verosimilitud ya no lo juzgamos en función de la cantidad de evidencias, y de la calidad de estas, no. Ahora todo se evalúa de acuerdo al nivel de complejidad de la puesta en escena, el nombre de la corporación y de la voz de ésta y de los medios. Dicho de otro modo, si es bonito y suena bien debe ser verdad. En resumidas cuentas nuestro escepticismo ha sido burlado. Porque si bien hay algo innato en el ser humano que le motiva a desconfiar de un rostro, no existe nada parecido que le produzca la misma sensación si es dicho por una gran corporación. Al menos en estos tiempos.

Como decíamos, el hombre es escéptico por naturaleza. Un hombre dudará de cualquier otro hombre hoy, mañana y siempre. Siempre y cuando ese hombre no sea él mismo. Y esto, amigos, es uno de los mayores desastres de la sociedad moderna. Porque sin quererlo o no, no sólo estamos depositando fe en nosotros mismos, sino en todo el género humano (humanismo). De manera que (sin quererlo o no), estamos creando vínculos con corporaciones, nacionalidades, partidos políticos, religiones, filosofías, equipos de deporte, hacia los cuales ligamos nuestra suerte. De manera que su victoria es nuestra victoria; y su derrota, nuestra derrota; pero contad de alcanzar lo primero, si es necesario, sacrificamos la verdad, sin caer en la cuenta que no nos burlamos de nadie, sino sólo de nosotros mismos.

Entonces, cuan estimulante es, y necesario, cambiar de perspectiva.

Hoy salí a correr, y al contrario que en las demás ocasiones en las que suelo pensar en cuestiones personales, sólo me concentré en la respiración y en alcanzar una meta mejor. Aquella esquina, y cuando llegaba aquella esquina, me retaba con la siguiente. Para cuando me di cuenta, había logrado mí mejor y más larga carrera, pese a llevar un tiempo descuidado.

Lo que quiero transmitir con esto es la misma idea que venimos enfatizando: debemos cambiar de perspectiva continuamente. Porque pudiera ser que nos acomodemos a ver las cosas de cierta forma y llegue al punto que dicha forma, nuestra forma, nos parezca la mejor. Pero no, no debe ser así, antes hemos de buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas serán añadidas. Además, entre tanto no hemos de ocultar nuestra naturaleza, sino que siendo sinceros, reconozcamos nuestro pecado. Porque si de alguien no nos hemos de fiar, para empezar es de nosotros mismos. Y por tanto corramos no como habiéndolo alcanzado ya; pero una cosa hagamos: olvidando lo que queda atrás y extendiéndonos a lo que está delante, prosigamos hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Y vayamos con nuestra fe, por muy sencilla u escéptica que sea, ya fuere como la de aquel padre que tenía su hijo enfermo y al cual Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. Y así teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

sábado, 1 de diciembre de 2007

Diálogos que dan sentido

Benjamin Magay: El corazón me dice que las personas son buenas por naturaleza, mi experiencia lo contrario. ¿Qué opina usted? Señor Archer. En su carrera como periodista, ¿cree que las personas son por naturaleza buenas?
Sr. Archer: No. Diría que sólo son personas.
Benjamin Magay
: ¡Exacto! Sólo nuestros actos nos hacen buenos o malos. Mmmn… un momento de amor, incluso en una mala persona, puede dar sentido a una vida. ¿Quién sabe qué camino nos llevará hasta Dios?
En las películas como en la vida existen dos tipos de diálogo. Uno, los creados para rellenar metraje y dos, los que quieren transmitir mensaje. La realidad es que si algún cineasta pretendiera llenar toda su cinta con mensajes, ésta no llegaría ni a proyecto de bola de papel en la basura del más altruista de los productores. Y de llegar a algo, ya no sería película, del mismo modo que la vida ya no sería vida. Pero tal vez un único mensaje de sentido a todo un metraje. Lo que quiero decir con esto es que una decisión, una palabra escogida, o una frase meditada pueden dar sentido a toda una vida, o al menos a un sólo día.

Diamantes de sangre, es la prueba de que por ahora ésta afirmación se cumple en el cine. Ya veremos si en la vida. Pero en el film lo realmente importante no es la historia. De hecho las letras del final tan sólo nos confirman lo que todos ya sabíamos cuando nos dispusimos a ver la película. En efecto se trata de una ficción basada en hechos reales, y por tanto en cosas ya pasadas. Y ya no hay forma de cerrar las cicatrices y heridas que dejó aquella guerra. Ahora lo realmente importante es no cuanto mal haya pasado, ni cuánto mal hayamos permitido e incluso alentado, como sucede con nuestro protagonista el Sr. Archer. Sino que en el hoy y en el ahora, un solo diálogo, como en el que se sucede al final de la película, puede impedir que vuelva a suceder, puede dar sentido a todo una vida. Independientemente del odio y la malicia que hayamos arrastrado a lo largo de toda nuestra vida.

Si esto no fuera así en la vida real, no habría esperanza para los niños soldados, no existirían las cárceles, porque no creeríamos en la reinserción social y tan siquiera existirían los exámenes en segunda convocatoria, tercera, y aún menos la extraordinaria de febrero. El pasado está ahí, de hecho probablemente el pasado nos perseguirá durante largo tiempo, y en algunos casos, los más duros, toda la vida. Pero el pasado es historia pasada contra la cual no podemos hacer nada, salvo la decisión de que no vuelva a repetirse. Eso no nos convierte en buenas personas, pero tampoco nos quita de ser malas personas. Sólo somos personas. Humanos. Es decir, criaturas moralmente libres pero esclavas de la avaricia y el orgullo; del pecado.

Dios es tajante a este respecto: “no hay justo ni aún uno” y “el que incumple uno sólo de los mandamientos transgresor se hace de toda la ley.” Por lo tanto, sólo hay una condición para el hombre, la de caído. Y ni tan siquiera dentro de ésta definición existen rangos, todos somos culpables.

No obstante un momento de amor dio sentido a toda una vida. ¡Pero qué digo a una vida! A muchas vidas. Ese momento fue el sacrificio de Jesús en la cruz. El Justo por los injustos. El Dios de dioses por las criaturas. 33 años de vida que tal y como nos ha llegado a nosotros son 30 años llenos de diálogo mudo y 3 años de dialogo con un mensaje comprimido en cuatro evangelios. Y aun de no haberse sucedido su dialogo final allá en la cruz, ninguno de aquellos años hubiera tenido sentido. Nos referimos al dialogo entre el Padre y el Hijo, aquel que concluyó con el grito de victoria: ¡Consumado es!

De no ser así sólo habría personas zarandeadas de arriba abajo, del bien al mal sin distinguir el camino que nos conduciría a Dios. Mas ahora por el Hijo, el Enmanuel que traducido es Dios con nosotros, tenemos dicho camino a través del cual hemos sido reconciliados con el Padre. Por tanto no hay personas buenas o malas, hay personas perdonadas o no. Y el perdón o la salvación ya no es cuestión de un acto de bondad que contrarreste nuestros errores, sino de un paso de fe en el infinito momento de amor de Jesús.

domingo, 24 de junio de 2007

Y entonces... ¡entendí el perdón!

- Kate: Quiero contarte lo que hice. Porqué me perseguía.
- Héroe: No importa Kate quienes eramos, hicimos antes de esto. Antes del accidente. Realmente... todos morimos hace tres días. Sí. Tenemos derecho a empezar de nuevo.
- Kate: De acuerdo.
- Héroe: De acuerdo.

Kate había sido perdonada. Se había perdido sí, pero no su persona, sino su pasado.
Llegan las vacaciones y el tiempo libre por suerte, o por desgracia cuando no sabes en que gastarlo, se multiplica. El caso es que como buen aficionado a las teleseries me propuse echar un vistazo a Perdidos (lost) y con eso ampliar el género (Héroes, Me llamo Earl, Stargate,...).

Pues bien, por lo visto dicen que es muy buena. Pero hasta aquí sólo he visto el tercer capítulo de la primera temporada y... sí, me lo debe de parecer, (nota mental) porque ya estoy escribiendo sobre ella. Está bien que sea todo lo surrealista que quiera ser, pero acostumbrado a ver Star Trek, un oso polar por medio de la selva es una anécdota para mí de lo menos impresionante. En cambio, lo que sí me ha llamado la atención es la carga espiritual de la serie, que en pocos minutos, en el ocaso de este capítulo, resulta realmente revelador.

Tal vez los héroes no existan, decía una voz en off mientras la película proyectaba sus últimas imágenes en Bandera de nuestros padres, los héroes son algo que necesitamos, es nuestra forma de comprender lo incomprensible. Cómo puede alguien sacrificarse tanto por los demás.

Jack Shepard, el protagonista de nuestra serie, no se consideraba un héroe, él sólo hacia lo que creía correcto. Su profesión era la medicina; y cuando intentaba mediar en una discusión, sólo hacía eso, lo que creía correcto. Nunca pretendió ser un héroe, pero así lo veía la gente. Aún el que lo llamó sarcásticamente así, debió ser porque en su fuero interno así lo sentía. Todos estaban traumatizados. Todos necesitaban un héroe. Todos gritaban a lo Bonnie Tyler, pero con más dramatismo, ¡I need a hero! I'm holding out for a hero till the end of the night.

No obstante, algunos como Kate o aquel que sarcásticamente se refería a Jack como el "héroe", parecían no necesitarlo, probablemente ellos mismos, a su forma, también eran héroes. Pero hasta los héroes necesitan creer en héroes, y Jack no era menos. Probablemente por ese motivo resultaba tan comprensible con Kate y los demás. Digamos que él necesitaba también de su propia medicina. Después de todo, un héroe, como diría Emerson, sólo es una persona corriente que ha decidido no retroceder ni renunciar a sus valores.

Aquellos mismos valores que tanta admiración causaban entre los "sobrevivientes", marcaban la diferencia entre parecer un héroe o convertirse en su propio archienemigo. Es por eso que sus palabras no eran en tercera persona. Él las necesitaba tanto como Kate, o más. Quién sabe, sino fuera porque es un personaje de ficción.

En cambio, ¿y nosotros? No seremos personajes de ficción, pero también necesitamos ser perdonados. Necesitamos un "héroe/heroína", no de ficción, que nos diga en aquel momento oportuno lo que necesitamos oír: "No estamos perdidos, solo ha llegado el momento de empezar de nuevo." Porque si bien lo fácil es hacer la maleta y cambiar de aires, a menos de saberse perdonado, uno no puede empezar de nuevo olvidando lo pasado. Valga la redundancia, todo empieza por la necesidad de sentirse necesitado, porque aún por muy heroicos que nos veamos, como decíamos, hasta el mejor de los héroes necesita creer.

Como diría Pablo en su segunda carta a los corintios "Pues el amor de Cristo nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por consiguiente, todos murieron." Todo aquel que con premura crea en Cristo, como el doctor Jack Shepard, salvando el contexto, puede decir: "hace tres días (y dos mil y pico años, añado), todos morimos" allí en la Cruz, y por ende "tenemos derecho a empezar de nuevo" puesto que "si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, son hechas nuevas."

"De manera que nosotros de ahora en adelante ya no conocemos a nadie según la carne; aunque hemos conocido a Cristo según la carne, sin embargo, ahora ya no le conocemos así." porque si hemos escuchados las palabras: "No estás perdido, ha llegado el momento de empezar de nuevo," es justo que del mismo modo tratemos así a nuestros semejantes. Porque si en la cruz todos morimos, al tercer día todos los que creeimos también hemos resucitado. En ese sentido ya no conocemos a Cristo según la carne. Ni tampoco debiéramos conocer así a nuestro prójimo, sea amigo o enemigo, si es que en verdad hemos entendido el misterio de la reconciliación.

"Todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; a saber, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación." Puesto que "por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos." Ese es nuestro valor, la reconciliación que es por medio de Cristo, y renunciar a tal, no solo nos convierte en enemigos de Dios, sino de nosotros mismos y de nuestros semejantes. En cambio, retenerlo es la gracia que nos convierte en héroes, es decir, personas corrientes que no retroceden, sino que cuando caen, errando, se reconcilian con Dios y Él los levanta. La gracia que nos hace embajadores/héroes que están ahí para decirte "No todo está perdido, sino que ha llegado el momento de empezar de nuevo."

"Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; en nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios! Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El."