lunes, 19 de enero de 2009

La vanidad de los dioses

La siguiente entrada es una adaptación de un trabajo de fin de curso de la asignatura de libre configuración de la Universidad de Sevilla, Teología I, sobre el tema tocado en el artículo de Manuel Guerra Gómez.

Pablo en su carta a los Romanos 1:19-23 dice: “…lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria de Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.” Este conocimiento del que habla Pablo al principio de la cita es el referido al qué es Dios, o como dice Tomás de Aquino al conocimiento difuso o general acerca de Dios que todos tenemos. Pero de ninguna forma al quién y cómo es Dios.


Entre los muchos testimonios que podemos leer en las Escrituras, hay uno que de una manera singular resalta el contraste entre aquel conocimiento que decíamos superficial y uno cercano que llega a “conocer” a Dios. Nos referimos al testimonio de Job, 42:5-6He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me arrepiento en polvo y ceniza.” Esta actitud de “arrepentimiento” es la señal inequívoca que la Biblia reconoce como la división entre una religión vana y una divina; pero esto vendrá a colación más adelante.

En efecto como dice Manuel Guerra Gómez en su artículo:De ordinario es totalmente fácil saber que Dios viene, o sea, existe y actúa.” Pues podemos saber que Dios viene, porque como dice Pablo, Él nos lo hizo evidente. Y este evidente nos habla que Dios le ha otorgado al hombre el don de unas cualidades con las cuales, al menos, distinga que Él está ahí; tanto en un sentido trascendental como inmanente. Es decir, una compresión de que Dios efectivamente está por encima de nosotros, pero que también está cercano y se le puede comprender por medio de lo creado, donde se observa una causalidad que apunta al Creador. Así como en la misma alma humana, que sin ser parte de Dios, inequívocamente tiene la firma del soplo que le dio vida, la eternidad. Como diría A. N. Wilson (según cita de John Stott): “Aunque descarto cualquier lealtad religiosa formal, que desprecio como esa combinación moribunda de superstición y engaño, con todo reconozco que hallo fuertes impulsos religiosos dentro de mí y sentimientos de humildad indescriptible ante el misterio de las cosas.

Ahora bien, la propia palabra religión, entendida como el acto humano de religarse a Dios, o lo que es lo mismo volver a unirse con Dios, ya denota que la existencia de Dios y su conocimiento, difuso o general, por el hombre es la base de la religiosidad. Pero además, y lo que resulta más evidente, es la existencia de una barrera de separación entre el hombre y Dios lo que impulsa al primero alpracticar la religión con el fin de acercarse a Dios. Esta barrera es la que la Escritura denomina como la Muerte.

En otras palabras, la religiosidad en el hombre nace de la sed de Dios y a su vez, por paradójico que parezca, de su incapacidad de saciar dicha sed. Pues en efecto el hombre es religioso por naturaleza, la misma naturaleza que se ha demostrado ineficiente durante siglos para reconciliarse con Dios, y en efecto con el ser humano mismo. Siendo el germen de la religión vana que enfoca las posibilidades en el hombre.

Como dice M.G.G. “el hombre es capaz de descubrir Las huellas de la Bondad, Belleza, etc., divinas, impresas en el universo y en el hombre mismo.” Y esto es cierto, el hombre puede descubrir cosas, a las cuales rápidamente les ponemos el apelativo de nuevas, pero en cambio no puede hacer cosas nuevas, salvo las posibilidades que le permiten sus descubrimientos, pero por tanto al fin y al cabo no crea nada nuevo. En cierta ocasión leía una cita de Eliezer S. Yudkowsky que dice así: “Usted no puede escribir un cuento en el que uno de los personajes sea más listo que usted; por definición, si usted supiera lo que ese personaje haría, usted sería tan listo como él.” Por el mismo razonamiento llegamos a la conclusión que el hombre no puede hacer una religión, ni una ley, ni una serie de dogmas, que le puedan acercar a Dios, pues si así fuera, nosotros seríamos tan dioses como Dios, sin haber llegado si quiera al error del ateo.

Y es a esta altura del pensamiento donde Pablo libera todo su temperamento y exclama: “no le honraron como a Dios ni le dieron las gracias.

Cuando hablamos de la gloria de Dios, nos referimos a todo lo que Dios es. Sus atributos invisibles, su eterno poder,… Cuando el hombre intenta religarse con Dios en efecto cambia la majestuosa gloria de Dios y la amolda a su gloria humana y corrompida para hacerla factible a sus conocimientos y esfuerzos por hallar a Dios.

Sin duda la sed de Dios en las criaturas es algo que debe agradar al Creador. Pero no como esa iniciativa propia de descendientes de Caín, que traen ofrenda a Dios del fruto de su tierra que en ningún modo agrada a Dios (Génesis 4:3-5). En cambio, sí esa actitud de humildad y fe propio de Abel (Hebreos 11:4).

Observando ésta dicotomía creo que estamos en lo cierto cuando hablamos de una religión que agrada a Dios y otra que no o es vana. Y sin duda la Palabra de Dios lo deja bien claro en Santiago 1:27La religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo.

Pero creo que erramos cuando precisamos a definir una religión formal cristiana como fuente para saciar la sed de Dios. Pues sobre todo lo anterior está “Jesús, el mediador de un nuevo pacto, y la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel.” (Hebreos 12:24), sobre lo cual no tenemos nada más que añadir, porque como exclamó en la Cruz: ¡Consumado es!

Honrar a Jesús y darle gracias y arrepentirse en polvo y ceniza; sí es de alguna manera ortodoxa toda la definición de religión cristiana. Pues tan sólo es el acto de contricción y humildad de reconocer que la reconciliación con Dios es únicamente por medio de Él mismo, y de nadie más. Porque pensar otra cosa, o añadir algo más sólo sería lo que el mismo Pablo nos advierte: cambiar la gloria de Dios.

En efecto esto sucede de muchas formas, tal vez tantas, como popularmente se suele decir, personas hay en este mundo. Pero quizás la forma más peligrosa; el ateísmo militante, es la única bajo la cual el hombre pretende demudar toda la gloria de Dios. Y sin embargo no deja de ser una práctica religiosa, pues existe una pretensión de relación con Dios; opositora, pero relación. Ya que es una experiencia de doble vínculo. A estas alturas el ser humano cambia la gloria de Dios por la nada; desdeñando en el camino toda su humanidad. De modo que el único calificativo que nos ligaba a Dios y contenía nuestras perversiones, criaturas de Dios, ha sido desechado. Sucumbiendo como dice la escritura y recuerda M.G.G, a la tentación “seréis como dioses.

miércoles, 7 de enero de 2009

Pasado, presente y eternidad

Todo esto nace de las reflexiones de C.S. Lewis en su libro “Cartas del diablo a su sobrino.” que me propuse leer después de la recomendación de Lux.

Aunque ésta debió ser una de esas entradas para publicarlas antes de fin de año y firmáramos entonces alguno de esos famosos propósitos para el año nuevo, espero no obstante que la utilidad de la presente reflexión pueda, si cabe, ayudarnos a enfocar nuestros sueños hacia donde debemos dirigirlos.

El Universo es lo suficientemente variado como para mantenernos en la expectativa de esperar algo nuevo y lo suficientemente ordinario o rutinario como para no distraernos de nuestras obligaciones. Y en cambio nos hemos conformado a un estilo de vida que no nos permite disfrutar de lo uno como de lo otro.

Cada día el cielo nos brinda una obra de arte nueva, pero somos incapaces de maravillarnos diariamente por la novedad que esconde la cotidianeidad del firmamento. Así mismo, la mayoría vivimos la semana a la expectativa de que llegue el viernes; cuando al fin y al cabo sólo repetimos lo mismo que hicimos el fin de semana pasado. Y entre tanto el tiempo pasa, entre segundos nuevos pero tan ordinarios como los pasados, y los que están por venir.

Vivimos la vida en el futuro, despreciando el pasado, mientras esperamos que pase de una vez por todas el presente. Expectantes a los cambios que nos depara el mañana en tanto paseamos desilusionados antes los cambios que se suceden en nuestro presente.

Por tanto llega el año nuevo y parece que todo y todos se confabulan este día para que disfrutemos de la experiencia más novedosa del año; pero que a su vez se ha convertido en la más ordinaria y cotidiana de las tradiciones. El caso es que por fin acabó el año, y ahora comienzan lo que parecen doce meses tan nuevecitos que hasta exclamamos: ¡año nuevo, vida nueva!

Y entonces caemos en la peor estafa de todas. Conformarnos con una única oportunidad al año de empezar de nuevo. Cuando Dios nos enseña por medio de lo creado que en cada día, en cada acto rutinario del Universo, se realiza un estreno que se disfruta sólo si se acepta que hemos de vivir en el presente. Porque las oportunidades para empezar de nuevo se suceden hoy y no mañana.

En resumidas cuentas las oportunidades para empezar de nuevo son infinitas porque no se sujetan a las oportunidades que nos depara el futuro, sino a las resoluciones que escojamos en el presente. Ese lugar del tiempo que como diría C.S. Lewis se encuentra iluminado por los rayos de luz de la eternidad.

Dios quiere precisamente que vivamos el presente con la mirada puesta en la eternidad, agradeciendo el pasado. Pero la eternidad no es lo mismo que el futuro. Porque de ser la vida un paseo, el pasado quedaría ilustrado como las huellas dejadas atrás; el presente allí donde en estos mismos momentos pisan tus pasos y la eternidad el tramo que un día ciertamente andarás. Y el futuro solo es ese pequeño tramo de incertidumbres entre nuestro presente y eternidad.

Por tanto, mientras que la eternidad y el futuro son cosas que en una línea temporal están por delante, la eternidad en cambio es visible desde el presente; aunque a veces sólo lo sea a través de la fe. Así por ejemplo a la eternidad le concierne la muerte; y al futuro lo que comerás mañana.

Y para este año que comienza, si es cierto que podemos decir que como futuro no sabemos lo que nos deparará, por mucha fe que tengamos; más cierto es, que para los que han depositado su fe en Jesús, podemos decir que pase lo que pase, el perdón y la gracia de Dios siempre estarán ahí.

¡Vive el presente sin olvidar lo eterno y da gracias por el pasado! Porque la vida es una maratón de cambios continuos, no un sprint de cambios fulminantes. Donde cada segundo, pero en especial el presente, es tan bueno como cualquier otro para dar el pistoletazo de salida y empezar a luchar por un nuevo cambio. Porque de partir hoy de este mundo de nada valdrán cuan grandes cambios planeábamos hacer con nuestro Yo futuro. Dios va a juzgar nuestro Yo presente, no el que estamos dispuestos a ser, pero en el futuro.