lunes, 19 de enero de 2009

La vanidad de los dioses

La siguiente entrada es una adaptación de un trabajo de fin de curso de la asignatura de libre configuración de la Universidad de Sevilla, Teología I, sobre el tema tocado en el artículo de Manuel Guerra Gómez.

Pablo en su carta a los Romanos 1:19-23 dice: “…lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no le honraron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria de Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.” Este conocimiento del que habla Pablo al principio de la cita es el referido al qué es Dios, o como dice Tomás de Aquino al conocimiento difuso o general acerca de Dios que todos tenemos. Pero de ninguna forma al quién y cómo es Dios.


Entre los muchos testimonios que podemos leer en las Escrituras, hay uno que de una manera singular resalta el contraste entre aquel conocimiento que decíamos superficial y uno cercano que llega a “conocer” a Dios. Nos referimos al testimonio de Job, 42:5-6He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me arrepiento en polvo y ceniza.” Esta actitud de “arrepentimiento” es la señal inequívoca que la Biblia reconoce como la división entre una religión vana y una divina; pero esto vendrá a colación más adelante.

En efecto como dice Manuel Guerra Gómez en su artículo:De ordinario es totalmente fácil saber que Dios viene, o sea, existe y actúa.” Pues podemos saber que Dios viene, porque como dice Pablo, Él nos lo hizo evidente. Y este evidente nos habla que Dios le ha otorgado al hombre el don de unas cualidades con las cuales, al menos, distinga que Él está ahí; tanto en un sentido trascendental como inmanente. Es decir, una compresión de que Dios efectivamente está por encima de nosotros, pero que también está cercano y se le puede comprender por medio de lo creado, donde se observa una causalidad que apunta al Creador. Así como en la misma alma humana, que sin ser parte de Dios, inequívocamente tiene la firma del soplo que le dio vida, la eternidad. Como diría A. N. Wilson (según cita de John Stott): “Aunque descarto cualquier lealtad religiosa formal, que desprecio como esa combinación moribunda de superstición y engaño, con todo reconozco que hallo fuertes impulsos religiosos dentro de mí y sentimientos de humildad indescriptible ante el misterio de las cosas.

Ahora bien, la propia palabra religión, entendida como el acto humano de religarse a Dios, o lo que es lo mismo volver a unirse con Dios, ya denota que la existencia de Dios y su conocimiento, difuso o general, por el hombre es la base de la religiosidad. Pero además, y lo que resulta más evidente, es la existencia de una barrera de separación entre el hombre y Dios lo que impulsa al primero alpracticar la religión con el fin de acercarse a Dios. Esta barrera es la que la Escritura denomina como la Muerte.

En otras palabras, la religiosidad en el hombre nace de la sed de Dios y a su vez, por paradójico que parezca, de su incapacidad de saciar dicha sed. Pues en efecto el hombre es religioso por naturaleza, la misma naturaleza que se ha demostrado ineficiente durante siglos para reconciliarse con Dios, y en efecto con el ser humano mismo. Siendo el germen de la religión vana que enfoca las posibilidades en el hombre.

Como dice M.G.G. “el hombre es capaz de descubrir Las huellas de la Bondad, Belleza, etc., divinas, impresas en el universo y en el hombre mismo.” Y esto es cierto, el hombre puede descubrir cosas, a las cuales rápidamente les ponemos el apelativo de nuevas, pero en cambio no puede hacer cosas nuevas, salvo las posibilidades que le permiten sus descubrimientos, pero por tanto al fin y al cabo no crea nada nuevo. En cierta ocasión leía una cita de Eliezer S. Yudkowsky que dice así: “Usted no puede escribir un cuento en el que uno de los personajes sea más listo que usted; por definición, si usted supiera lo que ese personaje haría, usted sería tan listo como él.” Por el mismo razonamiento llegamos a la conclusión que el hombre no puede hacer una religión, ni una ley, ni una serie de dogmas, que le puedan acercar a Dios, pues si así fuera, nosotros seríamos tan dioses como Dios, sin haber llegado si quiera al error del ateo.

Y es a esta altura del pensamiento donde Pablo libera todo su temperamento y exclama: “no le honraron como a Dios ni le dieron las gracias.

Cuando hablamos de la gloria de Dios, nos referimos a todo lo que Dios es. Sus atributos invisibles, su eterno poder,… Cuando el hombre intenta religarse con Dios en efecto cambia la majestuosa gloria de Dios y la amolda a su gloria humana y corrompida para hacerla factible a sus conocimientos y esfuerzos por hallar a Dios.

Sin duda la sed de Dios en las criaturas es algo que debe agradar al Creador. Pero no como esa iniciativa propia de descendientes de Caín, que traen ofrenda a Dios del fruto de su tierra que en ningún modo agrada a Dios (Génesis 4:3-5). En cambio, sí esa actitud de humildad y fe propio de Abel (Hebreos 11:4).

Observando ésta dicotomía creo que estamos en lo cierto cuando hablamos de una religión que agrada a Dios y otra que no o es vana. Y sin duda la Palabra de Dios lo deja bien claro en Santiago 1:27La religión pura y sin mácula delante de nuestro Dios y Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus aflicciones, y guardarse sin mancha del mundo.

Pero creo que erramos cuando precisamos a definir una religión formal cristiana como fuente para saciar la sed de Dios. Pues sobre todo lo anterior está “Jesús, el mediador de un nuevo pacto, y la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel.” (Hebreos 12:24), sobre lo cual no tenemos nada más que añadir, porque como exclamó en la Cruz: ¡Consumado es!

Honrar a Jesús y darle gracias y arrepentirse en polvo y ceniza; sí es de alguna manera ortodoxa toda la definición de religión cristiana. Pues tan sólo es el acto de contricción y humildad de reconocer que la reconciliación con Dios es únicamente por medio de Él mismo, y de nadie más. Porque pensar otra cosa, o añadir algo más sólo sería lo que el mismo Pablo nos advierte: cambiar la gloria de Dios.

En efecto esto sucede de muchas formas, tal vez tantas, como popularmente se suele decir, personas hay en este mundo. Pero quizás la forma más peligrosa; el ateísmo militante, es la única bajo la cual el hombre pretende demudar toda la gloria de Dios. Y sin embargo no deja de ser una práctica religiosa, pues existe una pretensión de relación con Dios; opositora, pero relación. Ya que es una experiencia de doble vínculo. A estas alturas el ser humano cambia la gloria de Dios por la nada; desdeñando en el camino toda su humanidad. De modo que el único calificativo que nos ligaba a Dios y contenía nuestras perversiones, criaturas de Dios, ha sido desechado. Sucumbiendo como dice la escritura y recuerda M.G.G, a la tentación “seréis como dioses.

miércoles, 7 de enero de 2009

Pasado, presente y eternidad

Todo esto nace de las reflexiones de C.S. Lewis en su libro “Cartas del diablo a su sobrino.” que me propuse leer después de la recomendación de Lux.

Aunque ésta debió ser una de esas entradas para publicarlas antes de fin de año y firmáramos entonces alguno de esos famosos propósitos para el año nuevo, espero no obstante que la utilidad de la presente reflexión pueda, si cabe, ayudarnos a enfocar nuestros sueños hacia donde debemos dirigirlos.

El Universo es lo suficientemente variado como para mantenernos en la expectativa de esperar algo nuevo y lo suficientemente ordinario o rutinario como para no distraernos de nuestras obligaciones. Y en cambio nos hemos conformado a un estilo de vida que no nos permite disfrutar de lo uno como de lo otro.

Cada día el cielo nos brinda una obra de arte nueva, pero somos incapaces de maravillarnos diariamente por la novedad que esconde la cotidianeidad del firmamento. Así mismo, la mayoría vivimos la semana a la expectativa de que llegue el viernes; cuando al fin y al cabo sólo repetimos lo mismo que hicimos el fin de semana pasado. Y entre tanto el tiempo pasa, entre segundos nuevos pero tan ordinarios como los pasados, y los que están por venir.

Vivimos la vida en el futuro, despreciando el pasado, mientras esperamos que pase de una vez por todas el presente. Expectantes a los cambios que nos depara el mañana en tanto paseamos desilusionados antes los cambios que se suceden en nuestro presente.

Por tanto llega el año nuevo y parece que todo y todos se confabulan este día para que disfrutemos de la experiencia más novedosa del año; pero que a su vez se ha convertido en la más ordinaria y cotidiana de las tradiciones. El caso es que por fin acabó el año, y ahora comienzan lo que parecen doce meses tan nuevecitos que hasta exclamamos: ¡año nuevo, vida nueva!

Y entonces caemos en la peor estafa de todas. Conformarnos con una única oportunidad al año de empezar de nuevo. Cuando Dios nos enseña por medio de lo creado que en cada día, en cada acto rutinario del Universo, se realiza un estreno que se disfruta sólo si se acepta que hemos de vivir en el presente. Porque las oportunidades para empezar de nuevo se suceden hoy y no mañana.

En resumidas cuentas las oportunidades para empezar de nuevo son infinitas porque no se sujetan a las oportunidades que nos depara el futuro, sino a las resoluciones que escojamos en el presente. Ese lugar del tiempo que como diría C.S. Lewis se encuentra iluminado por los rayos de luz de la eternidad.

Dios quiere precisamente que vivamos el presente con la mirada puesta en la eternidad, agradeciendo el pasado. Pero la eternidad no es lo mismo que el futuro. Porque de ser la vida un paseo, el pasado quedaría ilustrado como las huellas dejadas atrás; el presente allí donde en estos mismos momentos pisan tus pasos y la eternidad el tramo que un día ciertamente andarás. Y el futuro solo es ese pequeño tramo de incertidumbres entre nuestro presente y eternidad.

Por tanto, mientras que la eternidad y el futuro son cosas que en una línea temporal están por delante, la eternidad en cambio es visible desde el presente; aunque a veces sólo lo sea a través de la fe. Así por ejemplo a la eternidad le concierne la muerte; y al futuro lo que comerás mañana.

Y para este año que comienza, si es cierto que podemos decir que como futuro no sabemos lo que nos deparará, por mucha fe que tengamos; más cierto es, que para los que han depositado su fe en Jesús, podemos decir que pase lo que pase, el perdón y la gracia de Dios siempre estarán ahí.

¡Vive el presente sin olvidar lo eterno y da gracias por el pasado! Porque la vida es una maratón de cambios continuos, no un sprint de cambios fulminantes. Donde cada segundo, pero en especial el presente, es tan bueno como cualquier otro para dar el pistoletazo de salida y empezar a luchar por un nuevo cambio. Porque de partir hoy de este mundo de nada valdrán cuan grandes cambios planeábamos hacer con nuestro Yo futuro. Dios va a juzgar nuestro Yo presente, no el que estamos dispuestos a ser, pero en el futuro.

viernes, 28 de marzo de 2008

Children see, children do

La aseveración del título es del todo cierta hasta extremos insospechados. ¿Por qué decir eso? Jeje, porque nunca se es lo suficiente mayor como para entender del todo, cuánto hay de ti, actitudes, maneras, moral,... que son un fiel reflejo de las acciones que has visto en tus padres, además de tus primeros amigos, tutores y familiares, pero sobre todo, de aquellas personas con las cuales más tiempo compartiste.

Pero antes de seguir leyendo, vean el video.



"Los niños ven, los niños hacen."

Lo extraño de todo esto es que ello no quita que un chiquillo se convierta en todo un "macarra" pese a tener un testimonio ejemplar de sus progenitores, y aún si me apuras de su círculo más cercano como amigos, tutores, familiares,... De acuerdo que esto limita mucho las probabilidades. Pero siendo sincero tampoco las cierra. Ahora, a la inversa, curiosamente, un mal ejemplo desde los principales vínculos afectivos, con toda seguridad, condenan a cualquier muchacho a repetir los mismos errores, e incluso a superarlos.


Lo más alarmante de todo esto es cuando los mayores nos llevamos las manos a la cabeza, y nos preguntamos con todo el descaro y la hipocresía, ¿qué está pasando por la cabeza de los niños, que en los titulares aparecen tantas noticias sobrecogedoras? Como por ejemplo la de estos días pasados, cuando un grupo de adolescentes abusan de un niño de 9 años. Y para colmo la única conclusión a la que llegamos es: ¡qué triste Código Penal el nuestro! Por cuanto no contempla ningún artículo para procesar estos infames e infantiles esperpentos.

No, señores y señoras, pensémoslo bien, ahí no está el error. Es lógico que un Código Penal no recoja ningún elemento para procesar a adolescentes. Básicamente por que un niño de 14 años (por seguir el hilo de la anterior noticia) podría estar pensando muchos tipos de gamberradas y puñetas pero jamás éstas deberían dejar de ser, al fin y al cabo, cosas de niños.

¿Entonces el problema es que los niños dejan de ser niños a cada vez edades más tempranas? ¡NO! Hoy, ayer y siempre se cumplirá la máxima: Children see, children do. Los niños son niños. Por definición un niño es un ser inocente, que no sabe lo quiere, salvo lo que ve. Por lo cual el problema es que los mayores, cada vez antes, empiezan a tratar a los niños como si no fueran tales. Y entonces empezamos a discutir que si el Código Penal está desfasado, que si los niños son invulnerables ante la ley. En definitiva, a perder el tiempo.


La sociedad actual no puede hacerse eco de este proverbio. Al contrario, debería decir: “hijos míos, olvidaos de mi enseñanza y vuestro corazón repudie mis palabras.” Porque el ejemplo que al fin y al cabo estamos dando es nefasto.


Tampoco es que esté a favor de la presente actitud de la legislación con respecto a condenar las acciones físicas de disciplina. ¡Cuidado! hablamos de un cachete. Pero en lo que sí me ratifico es que el Código Penal estaba bien como estaba. ¿Por qué? No, no porque me lo haya leído, sino porque hasta no hace mucho cumplía su función: proteger al menor. Y si ahora dicho privilegio se ha vuelto en nuestra contra, es precisamente porque el tamaño del paraguas de dicha cobertura se ha quedado pequeño. En ese sentido sí apoyo cualquier reforma del Código Penal. Porque ahora, también deberíamos empezar a defenderlo de los malos ejemplos, aun cuando intrínsecamente estos no constituyan un delito. Porque lo que los niños ven, eso hacen, y lo que es más, a lo que hacen no saben ponerle fin. ¿Y es esto malo? No por sí sólo, porque un niño que vea el bien, eso hará, y además jamás le pondrá fin.

En ese sentido seamos como niños, pero actuando como adultos. Examinémoslo todo y retengamos lo bueno, porque de la abundancia del corazón habla la boca, y no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de ésta. Y la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, la cual contamina todo el cuerpo, es encendida por el infierno e inflama el curso de nuestra vida. Porque todo género de fieras y de aves, de reptiles y de animales marinos, se pueden domar y ha sido domado por el género humano, pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno.

P.D. Si tan sólo lográramos cerrar, o al menos desterrar a horarios de madrugada, los programas de la farándula, shows donde unos insultan a otros. Con sólo eso, me apuesto lo que fuera, que la situación ya empezaba a cambiar. Porque ¡¡¡children see, children do!!!

lunes, 25 de febrero de 2008

Cambia de perspectiva

Con la pizarra a sus espaldas apoya un pie en la silla, luego otro sobre su escritorio y enderezándose se dirige hacia sus pupilos:
Capitán: ¿Por qué he subido aquí? ¿Quién lo sabe?
Nuwanda: Para sentirse más alto.
Capitán: ¡No!
Ring (el Capitán toca un timbre)
Capitán: Pero gracias por concursar.
Risas
Capitán: Me he subido a mi mesa, para recordarme que debemos mirar constantemente las cosas de un modo diferente.
Silencio
Capitán: El mundo se ve distinto desde aquí arriba. Si no me creen vengan a comprobarlo. Venga. Vamos.
Ruido de zapatos (los alumnos dejan sus pupitres y pasan adelante para subirse uno tras otro a la mesa).
Capitán: Cuándo ustedes crean que saben algo deben mirarlo de un modo distinto, aunque pueda parecer tonto o equivocado,…

Ya casi ni recuerdo la última vez en que me subí de verdad a una mesa, pero… ¿y cuándo fue la última vez que me subí a una mesa? Probablemente la última vez que me sentí como un niño. La última vez que me sentí con la absoluta libertad de destacar mi visión por encima de lo corriente y así, mirar de un modo distinto las cosas sin la desconfianza que produce, precisamente, el hecho de aventurarse a hacer el ridículo

La virtud de un niño, a mi modo de ver las cosas, comienza con su capacidad de simplificar lo grandioso y engrandecer la simpleza. Ésta cualidad lo convierte en un ser humilde, porque ante lo majestuoso responde con llaneza y frente a la simpleza inquiere con asombro.

La inocencia más graciosa que cambia el nombre de las cosas, es ese brillo que te vuelve un niño, es ese brillo que te quita el frío. Este extracto de la letra de una canción de uno de mis grupos favoritos del pop español, Los Secretos, titulada: Volver a ser un niño, en mi opinión, refleja bien la magnificencia de dicha cualidad. En efecto es el requerimiento indispensable que nos hace como niños, y que alcanza a cambiar el nombre de las cosas, o lo que es lo mismo a mirarlo todo de un modo distinto.

La inocencia no tiene porqué entenderse como una merma en el desarrollo de la personalidad. Cuando a la madurez le acompaña la inocencia, porque no creo que sean términos necesariamente contradictorios, entonces no hablamos de ingenuidad, sino del conocimiento certero de nuestras limitaciones.

Claro que no hablo de las inseguridades. De hecho me atrevería a decir que no hay persona más segura, ¿o debiera decir valiente?, que la que sabe cuáles son sus limitaciones. Porque a la postre no hay nada más incisivo que la aguda opinión de uno sobre sí mismo. Y a ese respecto, la autocrítica sería la última frontera frente a la inseguridad.

- Un amigo ha escrito la siguiente frase en el Messenger (espero que no tenga copyright, jeje): “De pequeño me enseñaron a querer ser mayor, de mayor voy a jugar a ser niño.

Durante la niñez se forma el carácter. Nos enseñan a confiar en uno mismo y por ende a desconfiar del prójimo. Si bien, tampoco es del todo cierto esto último, porque más allá de los desconocidos no nos enseñaron a desconfiar del prójimo. Entonces ¿por qué desconfiamos aún de los conocidos? La respuesta a esta pregunta es lo que Carl Sagan llamaría La carga del escepticismo.

En otras circunstancias las posibilidades de coincidir con este hombre serían remotas, pero a este respecto, estoy al menos de acuerdo en dos de las puntualizaciones a las que hacía referencia en su ensayo sobre el escepticismo. La primera es que cierta dosis de escepticismo siempre es saludable y la segunda, que la sociedad actual sufre una profunda crisis de juicio crítico saludable.

De acuerdo con el DRAE el escepticismo, es la desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo. Así pues, como reacción, el escepticismo es algo totalmente natural. El problema es cuando lo convertimos en nuestra filosofía de vida (afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla). Dicho de otra manera, nunca deberíamos dejarnos dominar por el escepticismo, por muy duro que nos haya golpeado la vida. Al contrario, nosotros hemos de dominarlo, porque hemos de aprovecharnos de él para averiguar si tal decisión es la correcta, si dicha compra es de calidad o hasta qué punto es de confianza tal persona, entre otros muchos ejemplos.

Cuando afirmamos que nuestra sociedad sufre una crisis de juicio crítico, resulta evidente que no nos referimos a opiniones sobre el modelo del nuevo coche del vecino o del escándalo del famoso de turno aparecido en la prensa rosa, no. Eso hasta sobra. Hablamos de que las personas han relegado a un último lugar su interés por inquirir cuánto de verdad hay en lo que escuchan. La televisión, la radio, la prensa, tal vez por este orden, se han convertido en el oráculo de la verdad, y ahora como quien dice: lo que la tele dice va a misa.

El grado de verosimilitud ya no lo juzgamos en función de la cantidad de evidencias, y de la calidad de estas, no. Ahora todo se evalúa de acuerdo al nivel de complejidad de la puesta en escena, el nombre de la corporación y de la voz de ésta y de los medios. Dicho de otro modo, si es bonito y suena bien debe ser verdad. En resumidas cuentas nuestro escepticismo ha sido burlado. Porque si bien hay algo innato en el ser humano que le motiva a desconfiar de un rostro, no existe nada parecido que le produzca la misma sensación si es dicho por una gran corporación. Al menos en estos tiempos.

Como decíamos, el hombre es escéptico por naturaleza. Un hombre dudará de cualquier otro hombre hoy, mañana y siempre. Siempre y cuando ese hombre no sea él mismo. Y esto, amigos, es uno de los mayores desastres de la sociedad moderna. Porque sin quererlo o no, no sólo estamos depositando fe en nosotros mismos, sino en todo el género humano (humanismo). De manera que (sin quererlo o no), estamos creando vínculos con corporaciones, nacionalidades, partidos políticos, religiones, filosofías, equipos de deporte, hacia los cuales ligamos nuestra suerte. De manera que su victoria es nuestra victoria; y su derrota, nuestra derrota; pero contad de alcanzar lo primero, si es necesario, sacrificamos la verdad, sin caer en la cuenta que no nos burlamos de nadie, sino sólo de nosotros mismos.

Entonces, cuan estimulante es, y necesario, cambiar de perspectiva.

Hoy salí a correr, y al contrario que en las demás ocasiones en las que suelo pensar en cuestiones personales, sólo me concentré en la respiración y en alcanzar una meta mejor. Aquella esquina, y cuando llegaba aquella esquina, me retaba con la siguiente. Para cuando me di cuenta, había logrado mí mejor y más larga carrera, pese a llevar un tiempo descuidado.

Lo que quiero transmitir con esto es la misma idea que venimos enfatizando: debemos cambiar de perspectiva continuamente. Porque pudiera ser que nos acomodemos a ver las cosas de cierta forma y llegue al punto que dicha forma, nuestra forma, nos parezca la mejor. Pero no, no debe ser así, antes hemos de buscar primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas serán añadidas. Además, entre tanto no hemos de ocultar nuestra naturaleza, sino que siendo sinceros, reconozcamos nuestro pecado. Porque si de alguien no nos hemos de fiar, para empezar es de nosotros mismos. Y por tanto corramos no como habiéndolo alcanzado ya; pero una cosa hagamos: olvidando lo que queda atrás y extendiéndonos a lo que está delante, prosigamos hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Y vayamos con nuestra fe, por muy sencilla u escéptica que sea, ya fuere como la de aquel padre que tenía su hijo enfermo y al cual Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. Y cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. Y así teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.

viernes, 22 de febrero de 2008

Guantes: más protección, menos sensibilidad

La siguiente reflexión pertenece a Jonatan Mira. Fue publicada en Protestante Digital el 13 de enero de 2008. Se encuentra en este enlace: pinchar aquí.

Me pongo la bufanda, luego la chaqueta, luego los guantes. Hace frío fuera. Al menos ayer tuve frío al salir a la calle. Cojo lo que necesito y salgo del piso.
Al llegar al coche e intentar coger la llave para abrir, la radio que llevo en la mano patina. Cuando la recojo del suelo veo que le falta una pieza. Se ha roto, o eso creo. Inmediatamente la localizo y la coloco en su sitio. Mientras probaba la radio dentro del coche, fui consciente de que ni siquiera había notado cómo había patinado la radio. No era la primera vez que me sucedía al coger algo con los guantes. Pero la elección pasa por protegerme del frío o poder tener sensibilidad.

Así sucede también con nuestro corazón.
A veces le ponemos un guante para protegerlo, o mejor para protegernos. Pero al mismo tiempo, perdemos sensibilidad. Pero ¿quién quiere pasar frío? No creo que nadie quiera pasar frío (decepciones, desilusiones, golpes y heridas por distintos motivos) en su corazón, pero amar, a veces, también implica sufrir. ¿Protegeré mi corazón para que no sufra, perdiendo sensibilidad? ¿o decido pasar frío, pero tener un corazón sensible a las necesidades de los demás y aún sensible a Dios? "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida." Proverbios 4:23

Jonatan Mira es Diseñador gráfico y miembro de VTR

© J. Mira, ProtestanteDigital.com (España, 2008).